Reflexión previa a Semana Santa

Los tiempos de cuaresma nos llevan al pensamiento y la reflexión en torno al perdón, el arrepentirnos y la increíble e infinita misericordia de Dios. Es justamente en este tiempo del año, en que volvemos la mirada hacia Nuestro Señor Jesucristo y toda la obra de salvación que culminó en el sacrificio de la cruz, por la redención de nuestros pecados. Este es un misterio qué sólo se comprende desde el amor.

En la cruz, Jesucristo entregó su vida, sobre la cual tenía y tiene total poder, para qué así creamos en él, en su palabra y sigamos su ejemplo. Pero no se trata de un camino sencillo y llevadero.

Es duro reconocer que cometemos errores, es duro aceptar que debemos perdonar los errores de los demás, es muy difícil entender que somos pecadores y que con nuestros pecados nos dañamos, herimos a los demás y clavamos a nuestro Dios del nuevo en la cruz.

Pero ahí en la cruz murió Jesús y con cada gota de sangre, sudor y lágrimas derramó también amor y perdón como nunca antes fue hecho y como nunca más se hará, porque Dios nos ama tanto que sabe perfectamente que nosotros no podemos pagar las ofensas que hacemos y prefirió ofrecerse por nosotros.

Es por eso que digo que es tan grande el milagro de la salvación humana. Pero se convierte en un milagro todavía más grande cuándo pocos días después revivió de entre los muertos demostrando su poder sobre todo lo creado y existente, para quedarse con nosotros por toda la eternidad, si nos ganamos la dicha de la vida eterna en su contemplación.

Volvemos entonces al punto inicial, no es para nada fácil entregar nuestra vida a Dios en un mundo que nos presiona por ser perversos y pecadores, por transgredir las leyes del mundo y por olvidarnos de quienes más nos necesitan. Pero es parte desde esfuerzo que debemos hacer. Si nos llenamos del amor de Dios, durante este tiempo y durante toda nuestra vida, podemos estar seguros que el Espíritu santo nos concederá la dicha de saber llevar ese amor de Dios a todas las personas.