El silencio de Dios..., reflexión para el Adviento


Colaboración de Álvaro Solano Lizano

Muchas veces nos preguntamos ¿por qué razón Dios no nos contesta, por qué razón, Dios se queda callado? o ¿por qué el Señor permite circunstancias difíciles y aparentemente injustas? Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír, pero Dios no es así. Dios nos responde aún con el silencio. Él sabe lo que está haciendo y sabe lo que es mejor para cada uno de nosotros.


Los hombres queremos tener respuestas a todos las interrogantes, más aún, cuando alguna de estas interrogantes tiene el aspecto de fracaso, injusticia o falto de sentido común, nuestro interior se debate y se revela en cuestionamientos y en querer dar las respuestas que nos parecen más acertadas. 

La vida de Dios está rodeada de silencio. La maravillosa creación del hombre y su gestación, toda ella se va realizando en el silencioso vientre de una madre. La eterna generación de su Hijo Jesucristo, la Encarnación se tiene “en medio del silencio”... (Sal 18, 4ss). "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre con eterno silencio" (San Juan de la Cruz, Max 21).

El silencio de la creación Los espectáculos más grandiosos de la naturaleza se desenvuelven en perfecto silencio: un amanecer, el correr de un río, el espejo de un lago, el volar de un pájaro. No nos extrañemos si en ocasiones no escuchamos a Dios, él habla sí, pero en el silencio, nuestro corazón necesita estar en silencio para maravillarnos y ahí descubrir a Dios…

Estamos ya a las puertas de iniciar el tiempo de adviento, un tiempo sin duda de gracia, que nos permitirá entrar en ésta dinámica del silencio de Dios, pues sólo acallando las voces y los ruidos externos, podremos escuchar, la voz interior del corazón que nos trae un mensaje totalmente nuevo y esperanzador.

Estamos tan acostumbrados al ruido, que muchas veces no somos capaces de silenciarnos. Este podría ser un bonito propósito de adviento. Intentar silenciarnos lo mejor posible. Quizá menos horas de televisión, quizá menos música en el día o una visita prolongada al Santísimo Sacramento en el silencio majestuoso del templo, o simplemente hablar lo necesario.

Sé que en un mundo tan bullicioso como en el que nos encontramos, silenciarnos no es para nada fácil, pero lo fascinante es lo provechoso que podrá ser para nuestro espíritu ésta experiencia, para muchos nueva…un abrazo y feliz inicio de año litúrgico nuevo.