Persevera y vencerás


El recibimiento a los compatriotas que nos representaron en la pasada Copa Mundial Brasil 2014 atestigua, cómo un pueblo es capaz de expresar la gratitud hacia aquellos que, pese a la adversidad, con humildad y sencillez, pero con voluntad y empeño, alcanzaron logros que hoy, apenas, son cuantificables. 

Era lógico que esto sucediera luego de las victorias logradas por nuestro seleccionado patrio que, además de hacernos sentir orgullosos de nuestro país, provocó un sentimiento común de unidad nacional. Como Iglesia hemos vibrado con las comunidades para acompañar con alegría esta proeza futbolística. Como enseñaba Pablo VI: "Nosotros sentimos una gran estima por la actividad deportiva, por la diversidad de aspectos humanos que ella manifiesta, promueve, pone en juego, premia y corona."

Pasada la euforia de los triunfos, la participación de la “Roja” nos ha dejado importantes enseñanzas que debemos aprovechar.

Recientemente, el Papa Francisco en su Twitter decía: “Queridos jóvenes, no enterréis vuestros talentos, los dones que Dios os ha regalado. No tengáis miedo de soñar cosas grandes”. Desde esta lógica, subrayo, en primer término, la importancia de confiar en las nuevas generaciones de costarricenses que con su valor y entusiasmo nos enseñan que las mejores páginas de nuestra historia, aún, no han sido escritas. El ejemplo de renuncia, esfuerzo, compromiso, paciencia y sacrificio de los seleccionados nos permitieron soñar cosas grandes a todos.

Como sociedad, este hecho confirma la necesidad de seguir invirtiendo en la educación de la juventud costarricense, y el deporte como parte esencial de ella, y a apostar por una promoción integral, capaz de garantizar la formación de voluntades de hierro forjadas sobre la base de la disciplina y la perseverancia.

No hace mucho, durante el Jubileo del Deporte del año 2000, San Juan Pablo II pidió hacer un “examen de conciencia” sobre el deporte, para que éste pudiera “responder a las exigencias de nuestro tiempo” y “superar cualquier desviación que pudiera producirse en él pues, “el deporte esté siempre al servicio del hombre y no el hombre al servicio del deporte.” 

Esta perspectiva nos lleva a valorar al deporte en general, y al fútbol en particular, no simplemente como una empresa lucrativa sino, diría el Santo, como un vehículo de importantes y permanentes valores “como el concepto de la lealtad, la aceptación de las reglas, el espíritu de renuncia y de solidaridad, la fidelidad a los compromisos, la generosidad con los vencidos, la serenidad en la derrota y la paciencia con todos”.

Y finalmente, retomo el valor espiritual del deporte pues, como actividad humana, también debe ser iluminada desde Cristo, para que los valores que cultiva se purifiquen y eleven, tanto en el ámbito individual como colectivo. En momentos en los que algunos sectores de la sociedad insisten en que lo religioso es estrictamente privado, estos muchachos no tuvieron empacho de hincarse en la cancha y pedir a Dios fuerza y sabiduría. Ellos nos enseñan, además, que la fe no es algo extraño al deporte o a la vida misma y, menos aún, algo forzado e incompatible.

Sigamos celebrando con alegría este acontecimiento y permitamos que él siga estimulando en todos nosotros fuerza y grandeza espiritual para alcanzar nuestros más altos anhelos.

Fuente:
Oficina de Comunicación - Curia Metropolitana