Hoy la Iglesia celebra a San Agustín, Doctor de la Iglesia y “patrón de los que buscan a Dios”

LIMA, 28 Ago. 14 / 12:01 am (ACI).- Hoy 28 de agosto, la Iglesia celebra a San Agustín, Doctor de la Iglesia y “patrón de los que buscan a Dios”, quien en sus “Confesiones” le dijo a Dios su famosa frase: “Tarde te amé, oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé”.

San Agustín nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, al norte de Africa. Fue hijo de Patricio y Santa Mónica, quien ofreció rezos y oraciones por la conversión de su esposo y de su hijo.

En su juventud, se entregó a una vida disipada. Convivió con una mujer por aproximadamente 14 años y tuvieron un hijo llamado Adeodato, que murió siendo joven.

Agustín perteneció a la secta de los Maniqueos hasta que conoce a San Ambrosio, de quien se queda impactado y empieza a leer la Biblia.

En el año 387 es bautizado junto a su hijo. Su madre fallece ese mismo año. Más adelante, en Hipona, es ordenado sacerdote y luego Obispo, quedando a cargo de esa diócesis por 34 años. Combatió las herejías de su tiempo y escribió muchos libros, siendo el más famoso su autobiografía titulada “Confesiones”.

El 28 de agosto del 430 enfermó y falleció. Su cuerpo fue enterrado Hipona, pero luego trasladado a Pavia, Italia. Él es uno de los 33 Doctores de la Iglesia.

Para Benedicto XVI, San Agustín ha sido un “buen compañero de viaje” en su vida y ministerio. En enero del 2008 se refirió a él como “hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia y de incansable solicitud pastoral… dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo”.

En agosto del 2003, el Papa Francisco, durante la Misa de apertura del Capítulo General de la Orden de San Agustín, se refirió al santo como un hombre que “comete errores, toma también caminos equivocados, peca, es un pecador; pero no pierde la inquietud de la búsqueda espiritual. Y de este modo descubre que Dios le esperaba; más aún, que jamás había dejado de buscarle Él primero”.

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Quien también hizo gran difusión de la vida y obra de este Doctor de la Iglesia fue San Juan Pablo II, quien redactó la Carta Apostólica “Augustinum Hipponensem”, en 1986, con motivo del XVI Centenario de la conversión de San Agustín. De igual forma le escribió una oración en el 2004, la cual se la compartimos a continuación:

¡Oh gran Agustín, nuestro padre y maestro!, 
conocedor de los luminosos caminos de Dios,
y también de las tortuosas sendas de los hombres,
admiramos las maravillas que la gracia divina obró en ti,
convirtiéndote en testigo apasionado de la verdad y del bien,
al servicio de los hermanos.

Al inicio de un nuevo milenio, marcado por la cruz de Cristo,
enséñanos a leer la historia a la luz de la Providencia divina,
que guía los acontecimientos hacia el encuentro definitivo con el Padre.

Oriéntanos hacia metas de paz, alimentando en nuestro corazón
tu mismo anhelo por aquellos valores sobre los que es posible construir,
con la fuerza que viene de Dios, la "ciudad" a medida del hombre.

La profunda doctrina que con estudio amoroso y paciente
sacaste de los manantiales siempre vivos de la Escritura
ilumine a los que hoy sufren la tentación de espejismos alienantes.

Obtén para ellos la valentía de emprender el camino hacia el "hombre interior",
en el que los espera el único que puede dar paz a nuestro corazón inquieto.

Muchos de nuestros contemporáneos parecen haber perdido
la esperanza de poder encontrar, entre las numerosas ideologías opuestas,
la verdad, de la que, a pesar de todo,
sienten una profunda nostalgia en lo más íntimo de su ser.

Enséñales a no dejar nunca de buscarla con la certeza de que, al final,
su esfuerzo obtendrá como premio el encuentro, que los saciará,
con la Verdad suprema, fuente de toda verdad creada.

Por último, ¡oh san Agustín!, transmítenos también a nosotros una chispa
de aquel ardiente amor a la Iglesia, la Catholica madre de los santos,
que sostuvo y animó los trabajos de tu largo ministerio.

Haz que, caminando juntos bajo la guía de los pastores legítimos,
lleguemos a la gloria de la patria celestial donde, con todos los bienaventurados, 
podremos unirnos al cántico nuevo del aleluya sin fin. Amén.

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