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Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones. Sábado, 31 de mayo de 2025.


Tiempo Litúrgico: Pascua. Semana VI.
   Color del día: Blanco.  


Antífona de entrada
Cf. Sal 65, 16

Cuantos temen a Dios vengan y escuchen, y les diré lo que ha hecho por mí. Aleluya.

Gloria

Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre Todopoderoso. Señor, Hijo único, Jesucristo.

Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre. Amén.

Oración colecta

Dios todopoderoso y eterno, que inspiraste a la santísima Virgen María, cuando llevaba ya en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a Isabel, concédenos que, siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo, podamos con María proclamar siempre tu grandeza. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA
Compartid las necesidades de los
santos; practicad la hospitalidad

Lectura carta del apóstol san
Pablo a los Romanos 12, 9-16b

Hermanos: Que vuestro amor no sea fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno.

Amaos cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo; en la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor.

Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.

Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis.

Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran.

Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde.

Palabra de Dios.

Reflexión sobre la Primera Lectura

Esta fiesta de la Visitación de María a su prima Isabel es de origen franciscano; los frailes Menores ya la celebraban antes del año 1263. Toda la liturgia nos invita a la alegría, al júbilo y a proclamar las maravillas que Dios hace con su pueblo y con cada uno de nosotros. Él es el Dios-con-nosotros.

Está en medio de nosotros. Nos salva y expulsa a todos nuestros enemigos, a todo lo que supone una amenaza contra nosotros y nos libra del oprobio que pesa sobre nosotros por nuestros pecados. Y, lo más importante, nos ama y se complace en nosotros. Por eso debemos proclamar como el salmista: ¡¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!!

El cristiano debe distinguirse por su amor y por su alegría. En una ocasión, el sacerdote que nos celebraba la Eucaristía nos dijo que, en el retablo mayor o frontal principal, justo frente al pueblo, deberían colocarse grandes espejos para que las personas pudiesen contemplar sus semblantes.

Todos los que escuchamos esto nos quedamos sorprendidos, pero más aún nos sorprendió cuando nos dijo: "Cuando estamos ante nuestros seres queridos nos sentimos felices y agradecidos de su presencia; estamos ante el Señor, nuestro Dios, el que más nos ama y el que ha dado su vida por nosotros, y en nuestros rostros no hay ni la más mínima expresión…"

¡¡Regocíjate, alégrate y gózate de todo corazón. El Señor te ama, Él se goza y se complace en ti, se alegra con júbilo como en día de fiesta!!

Salmo responsorial
Is 12, 2-3. 4bcde. 5-6

R. Es grande en medio de ti
el Santo de Israel.
  • «Él es mi Señor y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación». Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. R.
  • «Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es excelso». R.
  • Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de Sión:
  • porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. R.

Aclamación antes del Evangelio
Cf. Lc 1, 45

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Bienaventurada tú, que has creído, Virgen María, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. R.

EVANGELIO
¿Quién soy yo para que me visite
la madre de mi Señor?

Lectura del santo Evangelio
según san Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu Vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia – como lo había prometido a nuestros padres – en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».

María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Palabra del Señor.

Reflexión sobre el Evangelio

El Evangelio de hoy tiene una riqueza y una fuerza impresionante. Cada frase y cada palabra es una llamada de atención en nuestra vida cristiana. Me gustaría destacar tres cosas: la fe, la alegría y la disponibilidad.

María acaba de recibir el anuncio del ángel de que es la elegida para ser la Madre del Señor. Cree plenamente en Dios y en su Palabra, se pone en camino, aprisa, para ir con su prima Isabel. La fe no es sólo una afirmación ciega a un dogma o a todo lo que nos han enseñado. La fe es una experiencia profunda y gozosa del Dios vivo y verdadero que nos hace superar cualquier dificultad y que nos pone en camino para proclamarla y compartirla con los demás.

La experiencia de sabernos “habitados” por Dios, de saber que Él está con nosotros y nos ama, que nos elige a pesar de nuestra pequeñez y debilidad, nos hace salir de nosotros mismos e ir a los demás. Deberíamos preguntarnos cómo es nuestra fe. ¿Es una experiencia gozosa, aunque no privada de sufrimiento, que nos hace dar testimonio del Dios que nos ama y nos salva? ¿O por el contrario, es la confesión, sin compromiso, de un credo?

En segundo lugar, la alegría es la “nota dominante” en esta “sinfonía evangélica”. María proclama jubilosa la grandeza del Señor, se alegra su espíritu en Dios, su salvador, porque ha hecho obras grandes en ella, en los pequeños, en los humildes, en los que no cuentan…Se alegra Isabel, que en cuanto escuchó y vio a María, se llenó del Espíritu Santo y, a voz en grito, bendijo a su prima.

Se alegró el pequeño Juan, que saltó de gozo en el vientre de su madre. La experiencia de Dios nos llena de alegría. Una alegría que se comparte y se contagia. ¿Somos cristianos alegres que hacemos presente, en nuestro entorno, la alegría de Dios?

Y por último, la experiencia de Dios conlleva la disponibilidad. María se puso en camino y fue aprisa para ayudar a su prima, para proclamar las grandezas de su Dios. El cristiano es “portador de Dios”, debemos ser imagen de Cristo: sus manos, sus pies, su voz, su mirada, para que todos puedan contemplarlo y llegar a Él a través de nosotros. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes en nosotros: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Antífona de comunión
Lc 1, 48-49

Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre.

Comunión espiritual

Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar.

Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.

Y como si ya te hubiese recibido, me abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén

Oración después de la comunión

Dios nuestro, que la Iglesia proclame tu grandeza, porque haces cosas grandes en tus fieles, y así como Juan Bautista se alegró al sentir la presencia oculta de tu Hijo, haz que tu pueblo pueda reconocer siempre con alegría en este sacramento al mismo Cristo viviente. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Oración

Señor, tú eres mi Dios y salvador; confío en ti y no temo porque tú estás conmigo. Te doy gracias porque haces obras grandes en mí y a través de mí cuando soy dócil a tu voluntad y me dejo trabajar y modelar por tu Espíritu. Por eso exulto y me alegro contigo y quiero proclamar tu amor, tu misericordia y grandeza a todos los que me rodean.

Fuentes:
Archidiócesis de Madrid, Frailes Dominicos de España, Id y Enseñad, La Misa de Cada Día (CECOR), ACI Prensa.
Verificado:
Ordo Temporis, Ciclo C, 2024-2025, Conferencia Episcopal de Costa Rica (CECOR).