Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones – Lunes 14 de marzo de 2016.


Tiempo Litúrgico: Cuaresma
Color: Morado

Santos:



Primera lectura; Daniel 13:1-9, 15-17, 19-30, 33-62
La inocencia de Susana

En aquel tiempo vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Quelcías, mujer muy bella y temerosa de Dios. Sus padres eran virtuosos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía una huerta contigua a su casa, donde solían reunirse los judíos, porque era estimado por todos. Aquel año habían sido designados jueces dos ancianos del pueblo; eran de aquellos de quienes había dicho el Señor: «En Babilonia, la iniquidad salió de ancianos elegidos como jueces, que pasaban por guías del pueblo». Estos frecuentaban la casa de Joaquín y los que tenían litigios que resolver acudían ahí a ellos. Hacia el mediodía, cuando toda la gente se había retirado ya, Susana entraba a pasear en la huerta de su marido. Los dos viejos la veían entrar y pasearse diariamente, y se encendieron de pasión por ella, pervirtieron su corazón y cerraron sus ojos para no ver al cielo ni acordarse de lo que es justo.

Un día, mientras acechaban el momento oportuno, salió ella, como de ordinario, con dos muchachas de su servicio, y como hacía calor, quiso bañarse en la huerta. No había nadie allí, fuera de los viejos, que la espiaban escondidos. Susana dijo a las doncellas: "Tráiganme jabón y perfumes, y cierren las puertas de la huerta mientras me baño". Apenas salieron las muchachas, se levantaron los dos viejos, corrieron hacia donde estaba Susana y le dijeron: «Mira: las puertas de la huerta están cerradas y nadie nos ve. Nosotros ardemos en deseos de ti. Consiente y entrégate a nosotros. Si no, te vamos a acusar de que un joven estaba contigo y que por eso despachaste a las doncellas». Susana lanzó un gemido y dijo: «No tengo ninguna salida; si me entrego a ustedes, será la muerte para mí; si resisto, no escaparé de sus manos. Pero es mejor para mí ser víctima de sus calumnias, que pecar contra el Señor». Y dicho esto, Susana comenzó a gritar. Los dos viejos se pusieron a gritar también y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín. Al oír los gritos en el jardín, los criados se precipitaron por la puerta lateral para ver qué sucedía. Cuando oyeron el relato de los viejos, quedaron consternados, porque jamás se había dicho de Susana cosa semejante.

Al día siguiente, todo el pueblo se reunió en la casa de Joaquín, esposo de Susana, y también fueron los dos viejos, llenos de malvadas intenciones contra ella, para hacer que la condenaran a morir. En presencia del pueblo dijeron: «Vayan a buscar a Susana, hija de Quelcías y mujer de Joaquín». Fueron por Susana, quien acudió con sus padres, sus hijos y todos sus parientes. Todos los suyos cuantos la conocían, estaban llorando.

Se levantaron entonces los dos viejos en medio de la asamblea y pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor. Los viejos dijeron: «Mientras nosotros nos paseábamos solos por la huerta, entró ésta con dos criadas, luego les dijo que salieran y cerró la puerta. Entonces se acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros estábamos en un extremo de la huerta, y al ver aquella infamia, corrimos hacia ellos y los sorprendimos abrazados. Pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros; abrió la puerta y se nos escapó. Entonces detuvimos a ésta y le preguntamos quién era el joven, pero se negó a decirlo. Nosotros somos testigos de todo esto». La asamblea creyó a los ancianos, que habían calumniado a Susana, y la condenaron a muerte.

Entonces Susana, dando fuertes voces, exclamó: «Dios eterno, que conoces los secretos y lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que éstos me han levantado un falso testimonio. Y voy a morir sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí». El Señor escuchó su voz. Cuando llevaban a Susana al sitio de la ejecución, el Señor hizo sentir a un muchacho, llamado Daniel, un santo impulso de ponerse a gritar: «Yo no soy responsable de la sangre de esta mujer».

Todo el pueblo se volvió a mirarlo y le preguntaron: «¿Qué es lo que estás diciendo?» Entonces Daniel, de pie en medio de ellos, les respondió: «Israelitas, ¿cómo pueden ser tan ciegos? Han condenado a muerte a una hija de Israel, sin haber investigado y puesto en claro la verdad. Vuelvan al tribunal, porque ésos le han levantado un falso testimonio». 

Todo el pueblo regresó de prisa y los ancianos dijeron a Daniel: «Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, puesto que Dios mismo te ha dado la madurez de un anciano». Daniel les dijo entonces: «Separen a los acusadores, lejos el uno del otro, y yo los voy a interrogar». 

Una vez separados, Daniel mandó llamar a uno de ellos y le dijo: «Viejo en años y en crímenes, ahora van a quedar al descubierto tus pecados anteriores, cuando injustamente condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, contra el mandamiento del Señor: No matarás al que es justo e inocente. Ahora bien, si es cierto que los viste, dime debajo de qué árbol estaban juntos». Él respondió: «Debajo de una acacia». Daniel le dijo: «Muy bien. Tu mentira te va a costar la vida, pues ya el ángel ha recibido de Dios tu sentencia y te va a partir por la mitad». Daniel les dijo que se lo llevaran, mandó traer al otro y le dijo: «Raza de Canaán y no de Judá, la belleza te sedujo y la pasión te pervirtió el corazón. Lo mismo hacían ustedes con las mujeres de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a ustedes. Pero una mujer de Judá no ha podido soportar la maldad de ustedes. Ahora dime, ¿bajo que árbol los sorprendiste abrazados?« Él contestó: «Debajo de una encina». Replicó Daniel: «También a ti tu mentira te costará la vida. El ángel del Señor aguarda ya con la espada en la mano, para partirte por la mitad. Así acabará con ustedes».

Entonces toda la asamblea levantó la voz y bendijo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos viejos, a quienes, con palabras de ellos mismos, Daniel había convencido de falso testimonio, y les aplicaron la pena que ellos mismos habían maquinado contra su prójimo. Para cumplir con la ley de Moisés, los mataron, y aquel día se salvó una vida inocente.

Salmo responsorial: 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6
R. Nada temo Señor, porque tú estás conmigo. 
  • El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero. R. 
  • Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R. 
  • Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R. 
  • Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. R

Evangelio según san Juan 8:12-20
Yo soy la luz del mundo

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la vida".

Los fariseos le dijeron a Jesús: "Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es válido". Jesús les respondió: "Aunque yo mismo dé testimonio en mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y a dónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan por las apariencias. Yo no juzgo a nadie; pero si alguna vez juzgo, mi juicio es válido, porque yo no estoy solo: el Padre, que me ha enviado, está conmigo. Y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio sobre mí".

Entonces le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?" Jesús les contestó: "Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre".

Estas palabras las pronunció junto al cepo de las limosnas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

Reflexión sobre la Primera Lectura

Esta historia de Susana, nos deja ver lo que significa el haber tomado la decisión de no pecar llegando, incluso, a preferir la muerte que serle infiel al Señor. 

Al ir llegando al final de nuestra cuaresma, qué bueno sería que cada uno de nosotros haya progresado lo suficiente en su proceso de conversión que lo lleve a tomar la decisión de no pecar más. Si bien es cierto que esto no depende exclusivamente de nuestras fuerzas, pues siempre el pecado será más fuerte que nosotros, pero con la gracia de Dios: sí es posible. Una de las razones por las que no se avanza en el camino de la gracia es el hecho de no haber tomado la resolución concreta y decirle a Dios: "Con tu gracia no volveré a pecar NUNCA MAS". 

Esta decisión es la más importante de nuestra vida, pues es la que nos separa de la felicidad del Reino. Ciertamente que el decir "no pecaré más", implica el dejar muchas o algunas cosas que nos atraen e incluso nos fascinan; pero si en verdad queremos ser santos y vivir la plenitud del amor de Dios, no queda otro camino. ¡Decídete!

Reflexión sobre el Evangelio

En un mundo en el que, lo que sobra es información, a veces tenemos muchas dificultades para poder formar nuestra opinión y, con ello, nuestros criterios. Muchos de los valores se ven hoy refutados y llevados a controversia por muchas corrientes de pensamiento, y para no pocos hermanos, esto ha sido causa de una terrible desilusión en su fe. 

No aceptan ya como válidos pensamientos sobre la castidad, sobre el honor, la pureza, la verdad, etc. Todo hoy se hace relativo y parcial. Por ello, si queremos mantenernos en el camino de la salvación, único que nos puede llevar a la felicidad, debemos reconocer que sólo Jesús es la Luz de este mundo. Sólo sus criterios y su palabra son la fuente de la verdad, es lo único estable. 

Su Palabra es eterna como El y no admite ni desilusión ni alteración. Si Dios nos dice algo, El sabe por qué lo dice, sin importar si yo lo puedo o no entender. Ahora bien, esta Palabra debe estar correctamente discernida, pues de lo contrario caeríamos en usar la Palabra de Dios para justificarnos (como por ejemplo justificar el homosexualismo con la expresión "El mandamiento de Dios es que nos amemos"). 

La Iglesia, mantiene una línea de pensamiento que nos muestra en qué sentido Jesús dijo cada una de sus palabras. No dejemos que esta densa oscuridad del mundo llegue a apagar la luz de Jesús en nuestros corazones; ¡mantengámosla viva y fulgurante!

Oración

Señor, tal vez alguna vez he dicho que renuncio al pecado, tal vez varias veces he recitado oraciones en donde incluyo la encomienda de no pecar más y de huir de las ocasiones de pecado; pero hoy, Dios mío, lo hago con total conciencia y de corazón: "Renuncio al pecado en mi vida. Renuncio definitivamente; como Susana, preferiría morir que pecar nuevamente contra ti".

Acción

Hoy buscaré las promesas bautismales y las renovaré en lo personal, en oración, delante de Dios.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón. 
Como María, todo por Jesús y para Jesús. 

Pbro. Ernesto María Caro

Adaptado de:
Evangelización Activa, Evangelio del Día
Verificado en:
Ordo Temporis 2016, Conferencia Episcopal de Costa Rica