Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones – Miércoles 2 de noviembre de 2016.


Tiempo Litúrgico: Ordinario
   Color del día: Negro   



Primera Lectura: Libro de Job (19, 1. 23-27)
Sé bien que mi defensor está vivo.

En aquellos días, Job tomó la palabra y dijo: “Ojalá que mis palabras se escribieran; ojalá que se grabaran en láminas de bronce o con punzón de hierro se esculpieran en la roca para siempre.

Yo sé bien que mi defensor está vivo y que al final se levantará a favor del humillado; de nuevo me revestiré de mi piel y con mi carne veré a mi Dios; yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo contemplarán. Esta es la firme esperanza que tengo”. 

Salmo Responsorial (24)
R/ A ti, Señor, levanto mi alma. 
  • Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Señor, acuérdate de mí con ese mismo amor y esa ternura. R. 
  • Alivia mi angustiado corazón y haz que lleguen mis penas a su fin. Contempla mi miseria y mis trabajos y perdóname todas mis ofensas. R. 
  • Protégeme, Señor, mi vida salva, que jamás quede yo decepcionado de haberte entregado mi confianza; la rectitud e inocencia me defiendan, pues en ti tengo puesta mi esperanza. R.

Segunda Lectura: Carta del apóstol san Pablo a los filipenses (3, 20-21)
Somos ciudadanos del cielo.

Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro salvador, Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.

† Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (15, 33-39; 16, 1-6)
De veras este hombre era Hijo de Dios.

Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente: “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?” (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Miren, esta llamando a Elías”. Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo: “Vamos a ver si viene Elías a bajarlo”. Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: “De veras este hombre era Hijo de Dios”.

Transcurrido el sábado, María Magdalena, María (la madre de Santiago) y Salomé, compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. Muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, se dirigieron al sepulcro. Por el camino se decían unas a otras: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?” Al llegar, vieron que la piedra ya estaba quitada, a pesar de ser muy grande. 

Entraron en el sepulcro y vieron a un joven, vestido con una túnica blanca, sentado en el lado derecho, y se llenaron de miedo. Pero él les dijo: “No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado. Miren el sitio donde lo habían puesto”.

Reflexión especial

La muerte es un hecho al que todos tememos, tanto a la propia como a la de los seres queridos y personas cercanas. La muerte crea un vacío y genera una sensación de sin sentido por la vida, ¿para qué vivir si vamos a morir? ¿Para qué disfrutar la vida si vamos a terminar con el dolor de la enfermedad y la muerte? Más todavía, existe una mentalidad fatalista que cuando mucho reímos, tenemos miedo terminar llorando, de tal manera que parece que la muerte es como un enemigo que espera cazarnos cuando más desprevenidos estemos.

Pero el cristiano no puede tener esa mentalidad fatalista, la muerte es la puerta que nos abre el cielo y el cielo, es la vida eterna vivida en plenitud frente a Dios y al lado de quienes más nos importan y amamos. El cristiano no teme la muerte porque sabe que existe la vida plena, la vida perfecta que no acaba ni se agota. Jesús ve la vida eterna como un banquete en el que todos gozamos de la presencia y cercanía de Dios que nos atiende y sirve los mejores manjares, por eso la Eucaristía, como comida, banquete y convivio es un anticipo del cielo, pero el pan ya no lo ofrecerá el sacerdote sino Jesús mismo.

El cristiano está llamado a la vida que Jesús nos ganó con su muerte y por eso no tememos la enfermedad y la muerte porque sabemos que, después de padecer un poco, tendremos como recompensa lo que el corazón humano anhela en lo más profundo: vivir por siempre y ser felices sin medida.

Oración

Ya no temo, Señor, a la muerte, ni temo, tampoco la oscuridad porque la vida Tú la tienes y eres Tú quien la da.

Acción

Repetiré este día: ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón?

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón. 
Como María, todo por Jesús y para Jesús. 

Pbro. Ernesto María Caro

Adaptado de:
Evangelio del Día, Catholic.net
Verificado en:
Ordo Temporis 2016, Conferencia Episcopal de Costa Rica