Tiempo Litúrgico: Ordinario
Color del día: Blanco
Santoral:
Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Daniel (7, 9-10. 13-14)
Su vestido era blanco como la nieve.
Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: Vi que colocaban unos tronos y un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la nieve, y sus cabellos, blancos como lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas encendidas. Un río de fuego brotaba delante de él. Miles y miles lo servían, millones y millones estaban a sus órdenes. Comenzó el juicio y se abrieron los libros.
Yo seguí contemplando en mi visión nocturna y vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido.
Reflexión sobre la Primera Lectura
En este texto, al inicio de su carta, San Pedro da testimonio de lo que ha visto y oído, como lo diría san Juan en su evangelio y en sus cartas, es decir, da testimonio de la resurrección de Jesús, de su majestad divina. Esta es la afirmación que hace que el resto del texto tenga validez y congruencia: Soy testigo, he visto no me lo platicaron; yo estaba ahí. Soy testigo de Jesús. Esto es lo que necesita hoy la Iglesia: Testigos, hombres y mujeres que puedan decir: "Jesús, el Hijo de Dios cambió mi vida”.
Si nuestra fe ha ido perdiendo fuerza en la sociedad, es porque son pocos los que pueden dar este testimonio, y no es porque Dios no pueda hoy en día cambiar la vida de una persona, como lo hizo con los apóstoles, sino porque hoy son pocos los que se acercan a ÉL con un corazón abierto y dispuesto a ser transformado. A la mayoría de los cristianos de nuestro tiempo les gusta un cristianismo cómodo en el que cada uno pueda llevar la vida como mejor le parezca, y esto no permite que Dios transforme nuestras vidas, dando como consecuencia que haya pocos testigos. La gente ya está cansada de escuchar relatos del pasado, de oír hablar de Jesús; quiere, más bien, ver a la gente transformada; quiere que su vida también pueda tener plenitud, pero no ve gente que la tenga, gente que haya experimentado en su vida este cambio.
De la misma forma que Cristo es el testigo del Padre, así cada uno de nosotros, como Pedro, tenemos que ser testigos del poder redentor de Cristo. Sin este testimonio, nuestro cristianismo continuará basado sólo en ritos vacíos y no en una vida vivida bajo el poder del Espíritu, continuará sin ser Luz para el mundo y sal de la tierra. Busca a Jesús, pídele que se manifieste a tu corazón y deja que él mismo te convierta en un testigo de su poder.
Segunda Lectura
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pedro (1, 16-19)
Nosotros escuchamos esta voz venida del cielo.
Hermanos: Cuando les anunciamos la venida gloriosa y llena de poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos fundados en fábulas hechas con astucia, sino por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza. En efecto, Dios lo llenó de gloria y honor, cuando la sublime voz del Padre resonó sobre él, diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien yo me complazco”. Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en el monte santo.
Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que con toda razón ustedes consideran como una lámpara que ilumina en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana amanezca en los corazones de ustedes.
Salmo responsorial:
(Sal 96, 1-2. 5-6. 9)
R/ Reina el Señor, alégrese la tierra.
- Reina el Señor, alégrese la tierra; cante de regocijo el mundo entero. Tinieblas y nubes rodean el trono del Señor que se asienta en la justicia y el derecho. R.
- Los montes se derriten como cera ante el Señor de toda la tierra. Los cielos pregonan su justicia, su inmensa gloria ven todos los pueblos. R.
- Tú, Señor altísimo, estás muy por encima de la tierra y mucho más en alto que los dioses. R.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Marcos (9, 2-10)
Este es mi hijo amado.
En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.
Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.
En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de “resucitar de entre los muertos”.
Reflexión sobre el Evangelio
En una ocasión le preguntaron a san Francisco sobre su relación con Dios, pues todos sabían que era muy profunda y querían saber más sobre sus experiencias místicas, desafortunadamente para nosotros, su respuesta fue: "Mi secreto es para mí y para Dios", así que poco sabemos de lo que ocurría en esos momentos de intimidad con Dios.
En el pasaje que hemos visto nos refiere el evangelista sobre una de las experiencias más hermosas que tuvieron con Jesús al verlo glorificado, como lo veremos en el cielo. Esta visión los embelesó tanto que no querían ya regresar a la realidad. Con cuánta razón decía san Pablo: "Ni ojo vio ni oído escuchó, ni puede venir a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman".
Dios está esperando para darnos a conocer la profundidad de SU amor y darnos a gustar, como a los apóstoles, la plenitud de SU gloria, pero para ello necesitamos subir a la montaña, es decir, caminar hacia la cima de nuestra oración, lo que sin lugar a dudas requiere tiempo y sobre todo determinación. Decía Santa Teresa que quien quiere y se decide en llegar a la experiencia mística poniendo todo lo que está de su parte, ciertamente Dios no se la negará. No te desanimes en la subida al monte de Dios, si perseveras en la oración lo alcanzarás.
Oración
Padre lleno de amor y bondad, que te manifestaste en el monte Tabor para dar testimonio de que tu Hijo se encontraba entre nosotros, te pedimos que, movidos por tu Espíritu Santo, nosotros también demos testimonio de Jesús, tu Hijo amado, en medio de los vaivenes de la vida, para que todos cuantos crean, lleguen al conocimiento de la verdad y a la salvación que tu Hijo ha realizado en favor nuestro. Él que vive por los siglos de los siglos. Amén.
Acción
Hoy seré consciente de cada una de mis acciones y procuraré vivir como Cristo espera de mí.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
Adaptado de:
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa
Verificado en:
Ordo Temporis Ciclo B - 2018, Conferencia Episcopal de Costa Rica