Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones – Martes 5 de febrero de 2019.


Tiempo Litúrgico: Ordinario 
   Color del día: Rojo   

Santoral:

Primera Lectura
Lectura de la carta a los
hebreos (12, 1-4)
Corramos con perseverancia la
carrera que tenemos por delante.

Hermanos: Rodeados, como estamos, por la multitud de antepasados nuestros, que dieron prueba de su fe, dejemos todo lo que nos estorba; librémonos del pecado que nos ata, para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fija la mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe. El, en vista del gozo que se le proponía, aceptó la cruz, sin temer su ignominia, y por eso está sentado a la derecha del trono de Dios.

Mediten, pues, en el ejemplo de aquel que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores, y no se cansen ni pierdan el ánimo. Porque todavía no han llegado a derramar su sangre en la lucha contra el pecado.

Salmo responsorial:
(Sal 21, 26b-27. 28 y 30. 31-32)
R/ Alaben al Señor los que lo buscan. 
  • Le cumpliré mis promesas al Señor delante de sus fieles. Los pobres comerán hasta saciarse y alabarán al Señor los que lo buscan: su corazón ha de vivir para siempre. R. 
  • Recordarán al Señor y volverán a él desde los últimos lugares del mundo; en su presencia se postrarán todas las familias de los pueblos. Sólo ante él se postrarán todos los que mueren. R. 
  • Mi descendencia lo servirá y le contará a la siguiente generación, al pueblo que ha de nacer, la justicia del Señor y todo lo que él ha hecho. R.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Marcos (5, 21-43)
¡Óyeme, niña, levántate!

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.

Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.

Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó: “¿Quién ha tocado mi manto?” Sus discípulos le contestaron: “Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’ ” Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: “Hija, tu
fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”.

Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: “Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que tengas fe”. No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: “¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida”. Y se reían de él.

Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: “¡Talitá, kum!”, que significa: “¡Óyeme, niña, levántate!” La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.

Reflexión especial

«Jesús se volvió enseguida, en medio de la gente, preguntando: “¿Quién me ha tocado el manto?”». Para meternos en esta escena, bien podemos imaginarnos en un vagón del Metro o en un autobús en hora punta. Una muchedumbre anónima e indiferente se dirige a sus tareas; muchos rostros que caminan con prisa, sin importarles los otros cientos (e, incluso, miles) de personas con las que se cruzan en su camino. Ciertamente, en momentos como este podemos tocar aquel fenómeno que el Papa Francisco llama la «globalización de la indiferencia». 

Vivimos más conectados que nunca, y nunca nos han importado menos las personas con las que nos encontramos cada día. Pero Jesús no es así. A Él sí que le importa todo lo que pasa a su alrededor. Para el Señor no hay una masa anónima e indiferente: nos conoce a cada uno por nuestro nombre, conoce nuestras miserias y nuestras luchas. Por eso, ante un roce de una mano temblorosa, Él se para. Porque le importa ella. Porque le importas tú.

«La mujer, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo». En medio de empujones, gritos y trasiegos, había ocurrido un milagro inesperado. Aquella mujer, asutada y temblorosa, cayó entonces en la cuenta del valor que tenía ella a los ojos de Cristo. Por ella, el Señor se había parado. Cuando ya había desesperado de su curación, se sentía abandonada por todos y seguro había llegado a dudar del buen Dios, experimentó la fuerza de ese Amor que le amaba no por lo que tenía o había hecho sino porque era una hija necesitada. Y entonces le confesó todo. Ante un Dios al que le importo, no debo temer en mostrarme tal y como soy. No tengo que tener miedo a enseñarle mis miserias, mis debilidades, mis pecados. ¿Para qué caretas y máscaras tras las que esconderse? Él ya me conoce, ya lo sabe, y lo comprende con misericordia. Es más, yo soy lo más importante para Él.

«“¿Qué estrépitos y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida”». Jesús, casi como si estuviera “de oferta”, realiza dos milagros casi a la vez. Primero, curó las hemorragias de aquella mujer; luego, resucitó a la hija de Jairo. El segundo prodigio es aún mayor que el primero. Cuando todos los hombres veían a una niña muerta, con su vida truncada y sin futuro, Jesús levanta su voz para proclamar la verdad. La niña vive. Nosotros casi siempre nos equivocamos, porque juzgamos por las apariencias, exteriores y superficiales. Pero Dios ve el interior. A los hombres nos importan los títulos, las carreras, la fama, la cuenta corriente, las posesiones… Pero a Cristo no le interesa nada de eso. Él mira el corazón. Y aunque sea un corazón enfermo o incluso muerto, a Él le importa. Por eso, no dudó nunca en hacer el milagro.

Por Comentarista 10 | martes, 5 febrero 2019 | Comentario a las Lecturas, Archidiócesis de Madrid

Oración

Señor, desconozco cuándo será el fin de mis días en esta tierra, sin embargo, espero ese día con una expectativa anhelante; sólo te pido, Señor, que cuando sea el momento yo haya verdaderamente terminado mi misión aquí y que, al mirarte cara a cara, pueda escucharte decir: "Bien, siervo bueno y fiel, pasa a disfrutar del gozo de tu Señor".

Acción

Hoy pensaré en las cosas que me gustaría aportar con mi vida y cómo me gustaría que fuera mi final en esta tierra.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón. 
Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Adaptado de:
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa, Archidiócesis de Madrid 
Verificado en: 
Ordo Temporis Ciclo C - 2019, Conferencia Episcopal de Costa Rica