Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones – Jueves 22 de agosto de 2019.


Tiempo Litúrgico: Ordinario 
   Color del día: Blanco   

Memoria obligatoria:


Primera Lectura
Lectura del libro de los
Jueces (11, 29-39)
Al primero que salga de mi casa para
recibirme lo ofreceré en holocausto al Señor.

En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que recorrió la región de Galaad y de Manasés, pasó por Mispá de Galaad y de allí marchó contra los amonitas. Jefté le hizo una promesa al Señor, diciendo: “Si me entregas a los amonitas, al primero que salga a la puerta de mi casa para recibirme, cuando vuelva victorioso de la guerra contra los amonitas, te lo ofreceré en holocausto”.

Jefté marchó contra los amonitas y el Señor se los entregó. Los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit, donde hay veinte ciudades, hasta Abel-Keramín, y les tomó sus veinte ciudades. La derrota de los amonitas fue grandísima y fueron humillados por los israelitas.

Cuando Jefté volvió a su casa en Mispá, lo salió a recibir su hija, bailando al son de las panderetas. Jefté no tenía más hijos que ella. Al verla, Jefté se rasgó las vestiduras y gritó: “¡Ay, hija mía! ¡Qué desdichado soy! ¿Por qué tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Le hice una promesa al Señor y no puedo retractarme”. Ella le dijo: “Padre mío, si le has hecho una promesa al Señor, haz conmigo lo que le prometiste, ya que el Señor te ha concedido la victoria sobre tus enemigos”.

Después le dijo a su padre: “Concédeme tan sólo este favor: Déjame andar por los montes durante dos meses para llorar con mis amigas la desgracia de morir sin tener hijos”. El le respondió: “¡Vete!” Y le concedió lo que le había pedido.

Ella se fue con sus amigas y estuvo llorando su desgracia por los montes. Al cabo de los dos meses, volvió a la casa de su padre y él cumplió con ella la promesa que había hecho.

Reflexión sobre la Primera Lectura

Este es uno de los pasajes más controvertidos de la Sagrada Escritura, pues nos presenta un sacrificio humano. Para poder entenderlo, debemos situarnos históricamente y ver qué es lo que el escritor sagrado busca decirnos, pues en ello está la instrucción de Dios para el pueblo. Este pasaje lo podemos situar alrededor del s.XII o XIII a.C., es decir hace unos 3,000 años. En la cultura del tiempo, este tipo de sacrificios era común dentro del pueblo de Dios (basta ver que el mismo Abraham estaba por sacrificar a su propio hijo). 

Sólo muchos años después se irá purificando el pueblo en cuanto a los sacrificios que habrían de ofrecer a Dios, llegando a ser parte de la ley la prohibición de inmolar a los hijos, como lo hacen los paganos. Teniendo esto claro, vemos cómo lo que el autor sagrado busca no es resaltar un sacrificio, sino el ser fiel a lo que ofrecemos al Señor, aun cuando esto sea tan querido como un hijo, y de manera particular, el único hijo. 

Por otro lado, este pasaje nos enseña, si es que hemos de ser fieles al Señor, el pensar bien qué es lo que ofrecemos al Señor, pues lo que ofrecemos, debemos cumplirlo. Por ello es mejor el evitar el "chantaje" espiritual con el Señor al decirle: "si tú me das, entonces yo haré lo siguiente". Recordemos que el Señor sabe lo que es bueno para nosotros y que no necesita de nuestras "ofertas" para realizarlo. Ofrezcamos al Señor nuestra vida, no porque él nos vaya a dar algo sino, como él lo hace, solo por amor a él.

Salmo responsorial:
(Sal 39, 5. 7-8a. 8b-9. 10)
R/ Aquí estoy, Señor,
para hacer tu voluntad. 
  • Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños. R. 
  • Sacrificios y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste holocaustos por la culpa, así que dije: “Aquí estoy”. R. 
  • En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón. R. 
  • He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo sabes, Señor. R.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (22, 1-14)
Conviden al banquete de bodas
a todos los que encuentren.

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir.

Envió de nuevo a otros criados que les dijeran: ‘Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda’. Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron.

Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.

Luego les dijo a sus criados: ‘La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren’. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados.

Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?’ Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: ‘Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”.

Reflexión sobre el Evangelio

Dios nos ha invitado de muchas maneras a participar del Reino, de la vida en abundancia pensada para el hombre desde toda la eternidad, la cual habíamos perdido por el pecado. 

Sin embargo, aceptar o no, depende de cada uno de nosotros. ¿Excusas? ¡Muchas! Pero, como vemos en este pasaje, ninguna cuenta, ni para no asistir ni para presentarnos indignamente a la mesa del Señor. Y digo para presentarnos dignamente a la fiesta, pues un detalle que no se conoce y que, a veces hace que se juzgue duramente al rey, que exige a un pobre el llevar vestido de fiesta, es que el traje de fiesta, en este tipo de eventos, era proporcionado por el mismo que hacía la invitación, por lo que no había excusa para no tenerlo. Lo mismo pasa con nosotros. 

Dios nos ha hecho la invitación sin pensar si somos buenos o malos, pobres o ricos; nos ama y nos ha invitado así como somos. Además nos ha llenado de dones, sobre todo, de la gracia santificante, que es el vestido para la fiesta del Reino. 

Por ello, no hay excusa para no asistir, para no vivir en el reino del amor, la justicia y la paz en el Espíritu Santo, en una palabra, no hay excusa para no ser santo.

Oración

¿Cuántas veces, Dios mío, no he cumplido la palabra que te he dado? Muchas veces he faltado a los compromisos que contigo he adquirido. Te pido perdón, Dios mío, y te prometo que en el futuro pondré mucho más cuidado en lo que te ofrezco y a lo que me comprometo.

Acción

Hoy reflexionaré en qué tanto cumplo mi palabra, también con las personas que me comprometo.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón. 
Como María, todo por Jesús y para Jesús. 

Pbro. Ernesto María Caro 

Adaptado de: 
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa 
Verificado en: 
Ordo Temporis Ciclo C - 2019, Conferencia Episcopal de Costa Rica