Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones – Jueves 19 de marzo de 2020.


Tiempo Litúrgico: Cuaresma - Semana III. 
   Color del día: Blanco.   

Solemnidad:

Primera Lectura
Lectura del segundo libro
de Samuel (7, 4-5. 12-14. 16)
El Señor Dios le dará el
trono de David, su padre.

En aquellos días, el Señor le habló al profeta Natán y le dijo: “Ve y dile a mi siervo David que el Señor le manda decir esto: ‘Cuando tus días se hayan cumplido y descanses para siempre con tus padres, engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre, y consolidaré su reino.

El me construirá una casa y yo consolidaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu trono será estable eternamente’ ”.

Reflexión sobre la Primera Lectura

Este pasaje está referido, sin lugar a dudas, a Jesús quien será el descendiente esperado del pueblo y aquel que reinará por siempre. Para la realización de esta profecía Dios escogió a José de Nazaret, descendiente de la casa davídica para que él fuera quien le diera el "linaje" (diríamos hoy, el apellido) de la familia de David.

Sabemos que José no es el padre de Jesús, pues fue engendrado del Espíritu Santo, sin embargo, cumplió en todo como padre de Jesús: le dio su apellido, lo educó, le comunicó la ley y enseñó a vivir de acuerdo a la Alianza y finalmente le enseñó su propio oficio de carpintero. Todo esto nos habla de algo que a veces se va perdiendo en nuestros hogares y es: "el tener tiempo para los hijos".

Es tal la actividad del hombre moderno (cabeza de la familia), que muchas veces deja toda la carga de la educación en la esposa; sin embargo, la presencia y educación paterna es FUNDAMENTAL para el desarrollo equilibrado de los niños y niñas. Jesús, como hombre, se desarrolló gracias a la cercanía de José y su preocupación por su educación. Ojalá y todos los que han sido llamados a ser papás lo sepan imitar dándose tiempo para compartir con sus hijos.

Salmo responsorial
(Sal 88, 2-3. 4-5. 27 y 29)
R/ Su descendencia
perdurará eternamente.
  • Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. R.
  • Un juramento hice a David, mi servidor, una alianza pacté con mi elegido: ‘Consolidaré tu dinastía para siempre y afianzaré tu trono eternamente’. R.
  • El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva’. Yo jamás le retiraré mi amor ni violaré el juramento que le hice”. R.
  • Hagámosle caso al Señor, que nos dice: "No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desieerto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras". R.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los romanos
(4, 13. 16-18. 22)
Esperando contra toda
esperanza, Abraham creyó.

Hermanos: La promesa que Dios hizo a Abraham y a sus descendientes, de que ellos heredarían el mundo, no dependía de la observancia de la ley, sino de la justificación obtenida mediante la fe.

En esta forma, por medio de la fe, que es gratuita, queda asegurada la promesa para todos sus descendientes, no sólo para aquellos que cumplen la ley, sino también para todos los que tienen la fe de Abraham. Entonces, él es padre de todos nosotros, como dice la Escritura: Te he constituido padre de todos los pueblos.

Así pues, Abraham es nuestro padre delante de aquel Dios en quien creyó y que da la vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que todavía no existen. El, esperando contra toda esperanza, creyó que habría de ser padre de muchos pueblos, conforme a lo que Dios le había prometido: Así de numerosa será tu descendencia. Por eso, Dios le acreditó esta fe como justicia.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo
(1, 16. 18-21. 24)
José hizo lo que le había
mandado el ángel del Señor.

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Reflexión sobre el Evangelio

José es el hombre de fe, el hombre creyente. Lejos de visiones excesivamente edulcoradas de la figura del santo patriarca, en los evangelios apenas se nos dice nada de su persona y no nos transmiten ni una sola de sus palabras.

Hoy hemos escuchado cómo José padece en sus carnes el desconcierto, la duda, la humillación y la frustración de todos sus proyectos y sus ilusiones se desvanecen; pero como era hombre justo, bueno, recto… tomó la decisión más generosa para proteger a María, repudiarla en secreto, decisión prudente pero absolutamente devastadora para sí mismo.

Si Dios no lo llega a remediar, José habría renunciado a lo que más quería: a María. Se quedó literalmente hecho polvo. Pero en esta situación de oscuridad y de profundísimo desgarro, Dios le habla, le da una orden: “no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer”, le vuelve a complicar la vida. “porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” y, por último, cuando ya había tirado la toalla le devuelve de nuevo al combate: “tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.

Y ante esta situación, en esa tesitura, ¿qué hace José? Primero: no dice absolutamente nada, o sea, acoge en silencio la palabra es la palabra de Dios y actúa como Abraham, nuestro padre en la fe: Abraham se puso en camino como le había dicho el señor; y José hizo lo que le había mandado el ángel del señor.

Se convierte así también para nosotros en modelo de fe, un verdadero patriarca en la misma línea de los grandes del antiguo testamento como María, su esposa, nuestra madre en el orden de la fe.

Por eso, ¡qué importante que haya padres santos para que pueda haber hijos santos! Santo es José, porque “apoyado en la esperanza creyó, contra toda esperanza, por lo cual le fue computado como justicia”. También lo es porque se fió de un Dios, de quien sabemos que es un Padre (con mayúscula) que nos quiere incondicional y gratuitamente.

Es santo, por último, porque vive de la fe, intentando siempre “hacer lo que le había mandado el ángel del Señor”. Repito: ¡qué importante que haya padres santos para que pueda haber hijos santos! José ejerció como padre humano de Jesús aportando a su crecimiento corporal y espiritual lo propio de un buen padre.

Precisamente eso formaba parte de su servicio al Hijo de Dios hecho hombre. Le enseñaría a leer, a jugar, a bendecir el pan de la comida, a rezar, a trabajar, a ser caritativo con los pobres… en definitiva a ser feliz y edificar su casa sobre roca. San José se convirtió desde entonces en el modelo de los padres.

Pidamos al Señor por los “Sanjosé nuestros de cada casa”, para que nos los de hoy. Y así nuestros niños puedan crecer con la mirada puesta en lo alto donde está Dios Padre, su Padre del cielo.

Por Comentarista 3 | jueves, 19 marzo 2020 | Comentario a las Lecturas Archidiócesis e Madrid.

Oración

Señor, tu amor y tu voluntad son eternas, permíteme saber escucharte y aceptar de ti lo que pides para que, como san José, sepa continuar tu obra salvadora haciendo tu voluntad cada día sin afectar ni interrumpir tu Plan de Salvación.

Acción

Hoy dedicaré un tiempo del día a la convivencia, bienestar y educación familiar.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón. 
Como María, todo por Jesús y para Jesús. 

Pbro. Ernesto María Caro 

Adaptado de: 
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa, Archidiócesis de Madrid. 
Verificado en: 
Ordo Temporis Ciclo A – 2020, Conferencia Episcopal de Costa Rica