Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones – Lunes 2 de noviembre de 2020.


Tiempo Litúrgico: Ordinario II - Semana XXXI. 
   Color del día: Negro.   


Primera Lectura
Lectura del libro de Job (19, 1. 23-27)

En aquellos días, Job tomó la palabra y dijo: “Ojalá que mis palabras se escribieran; ojalá que se grabaran en láminas de bronce o con punzón de hierro se esculpieran en la roca para siempre.

Yo sé bien que mi defensor está vivo y que al final se levantará a favor del humillado; de nuevo me revestiré de mi piel y con mi carne veré a mi Dios; yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo contemplarán. Esta es la firme esperanza que tengo”.

Salmo responsorial
(Salmo 24)
R/ A ti, Señor, levanto mi alma.
  • Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Señor, acuérdate de mí con ese mismo amor y esa ternura. R.
  • Alivia mi angustiado corazón y haz que lleguen mis penas a su fin. Contempla mi miseria y mis trabajos y perdóname todas mis ofensas. R.
  • Protégeme, Señor, mi vida salva, que jamás quede yo decepcionado de haberte entregado mi confianza; la rectitud e inocencia me defiendan, pues en ti tengo puesta mi esperanza. R.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los filipenses (3, 20-21)

Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro salvador, Jesucristo.

El transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.

Evangelio
† Lectura del Santo Evangelio
según San Marcos (15, 33-39; 16, 1-6)

Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente: “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?” (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Miren, esta llamando a Elías”.

Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo: “Vamos a ver si viene Elías a bajarlo”. Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: “De veras este hombre era Hijo de Dios”.

Transcurrido el sábado, María Magdalena, María (la madre de Santiago) y Salomé, compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. Muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, se dirigieron al sepulcro. Por el camino se decían unas a otras: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?” Al llegar, vieron que la piedra ya estaba quitada, a pesar de ser muy grande.

Entraron en el sepulcro y vieron a un joven, vestido con una túnica blanca, sentado en el lado derecho, y se llenaron de miedo. Pero él les dijo: “No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado. Miren el sitio donde lo habían puesto”.

Reflexión

En este año del Señor, de cuyo número no quiero acordarme, celebramos la conmemoración de todos los fieles difuntos en unas circunstancias del todo anormales. No creo que sea necesario incidir en ello, al contrario, más bien me parece contraproducente, toda vez que aquí quien más, quien menos, todos hemos llorado por la muerte de un ser querido.

Además, el hecho de que muchas personas en sus últimos momentos no hayan podido estar acompañadas por sus familiares, e incluso hayan muerto sin la presencia física o palpable de un sacerdote a su lado que les confortara con los santos sacramentos, hace que en la conciencia de muchas personas creyentes esta memoria sea la ocasión de saldar una deuda de amor que aún tenemos pendiente de pago.

Esta crisis del Covid-19 ha conseguido poner de manifiesto la falta de humanidad de nuestra sociedad, sobre todo en lo que se refiere al abandono que han sufrido las personas más vulnerables. A la supuesta “sociedad del bienestar” le han quitado la careta y ha aparecido su rostro más siniestro, el de la “cultura del descarte” donde se relega a las personas cuando se convierten en sujetos sin interés en cuanto a su faceta de productoras o consumidoras.

Cuántos mayores, en el momento vital en que más merecían disfrutar de sus logros después de una vida llena de sacrificios y trabajos de toda índole, han visto que se quedaban solos ante la amenaza de la enfermedad y de la muerte. Sus hijos y nietos mucho más incapaces aún de afrontar la muerte han descubierto que detrás de la necesidad que tiene esta sociedad de ocultarla, se esconde la certeza de que no estamos respondiendo a ella como deberíamos.

Todo lo contrario de lo que sucedió con la muerte de Jesús. No existe otro caso igual. Nadie ha ido a la muerte con más conciencia y libertad. Nadie la ha afrontado con tanta entereza y gallardía. Nadie le ha dado un sentido mayor que el valor redentor de la muerte que Jesús abrazó libremente y por amor.

Pero sin duda lo más consolador de todo es la declaración de intenciones de Jesús: “me voy a prepararos sitio, cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo para que donde yo estoy, estéis también vosotros”. Nos consuela y tranquiliza que esa es su voluntad, que estemos con él. La muerte no nos quita nada. A los que mueren con Cristo, la muerte les da todo, porque les hace participar de su compañía y de la compañía de los santos por toda la eternidad.

Extracto: Comentarista 3 | lunes, 2 noviembre 2020 | Archidiócesis de Madrid

Oración

Ya no temo, Señor, a la muerte, ni temo, tampoco la oscuridad porque la vida Tú la tienes y eres Tú quien la da.

Acción

Repetiré este día: ¿Dónde está muerte tu victoria? ¿Dónde está muerte tu aguijón?

Adaptado de:
Evangelización Activa, Archidiócesis de Madrid, Catholic.net, ACI Prensa