Viernes de Dolores, el día que acompañamos a la Madre de Dios en su sufrimiento

Nuestra Señora de los Dolores. Crédito: Dominio Público

31 de marzo de 2023 
ACI Prensa

Una antigua tradición cristiana, vinculada de manera directa a la Semana Santa, conmemora los dolores y sufrimientos de la Virgen María en torno a la Pasión de Cristo, su Hijo amado. Se trata del llamado “Viernes de los Dolores” o “Viernes de Concilio”.

Si bien es cierto en muchos lugares ha caído en desuso, en otros se sigue observando, con cariño, reverencia y cuidado, a través de Misas, procesiones, paraliturgias y vigilias.

El “Viernes de Dolores” -de los dolores de María cabe enfatizar- se celebra el viernes inmediatamente anterior al Domingo de Ramos, día con el que se da inicio a la Semana Santa. En esta fecha, los fieles que conservan esta tradición se siguen dirigiendo a la Madre de Dios bajo la advocación de la “Virgen de los Dolores” o “Dolorosa” y continúan acompañándola en los días de la Semana Mayor.

Orígenes

Durante siglos y siglos los católicos han profundizado en los dolores que experimentó la Virgen a lo largo de su vida; de manera especial, en aquellos vividos en los días previos al sacrificio de su Hijo y, naturalmente, en los posteriores a su santa muerte, a la espera de la Resurrección.

En muchos países cristianos se empezaría a destinar el viernes anterior a la Semana Santa a la meditación y celebración de esos misterios de la vida de nuestra Madre.

Sin embargo, no será hasta el siglo XV que la celebración del Viernes de Dolores tendrá alcance universal gracias al Papa Benedicto XIII, quien la institucionalizó en 1472: el viernes previo al Domingo de Ramos quedaría ratificado como el día propio de la celebración.

Con el tiempo, el Viernes de Dolores terminó contribuyendo enormemente a la consolidación de la devoción a la “Virgen Dolorosa” o “Virgen de los Dolores”, devoción mariana de gran popularidad en el mundo.

El Viernes de Dolores mantendría prácticamente su mismo espíritu y forma hasta inicios del siglo XIX. En 1814, el Papa Pío VII dispuso un primer cambio importante. Nuestra Señora de los Dolores empezaría a ser celebrada en una ocasión independiente de la Semana Santa: la fecha elegida fue el 15 de septiembre, un día después de la Exaltación de la Santa Cruz.

El siglo XX

Dentro de las modificaciones llevadas a cabo a partir del Concilio Vaticano II estuvieron las realizadas al Calendario Litúrgico. Entre estas se determinó suprimir las festividades consideradas "duplicadas", es decir, aquellas en las que el tópico era el mismo o extremadamente similar. La idea era no repetir celebraciones a lo largo del año.

Por esta razón, la fiesta primigenia de Nuestra Señora los Dolores (Viernes de Dolores, según el Vetus Ordo) quedó fuera del nuevo Calendario (Novus Ordo) para ser celebrada exclusivamente el 15 de septiembre.

No obstante, en la tercera edición del Misal Romano (año 2000), se conserva la “memoria dedicada a la Santísima Virgen de los Dolores” como alternativa para la celebración ferial del viernes previo a Semana Santa. Esta modificación fue introducida por San Juan Pablo II.

La Santa Sede autoriza que el Viernes de Dolores pueda ser celebrado "sin ningún inconveniente con todas las prerrogativas que le son propias" (cf. Tabla de los días Litúrgicos, Misal Romano) “en los lugares donde se halle fervorosamente fecunda la devoción a los Dolores de María y en sus calendarios propios sea tenida como fiesta o solemnidad” .

De hecho, en países como México y España, el Viernes de Dolores se sigue celebrando antes de la Semana Santa. En México, por ejemplo, la celebración se entrelaza con las costumbres populares: se preparan altares y los niños corren de puerta en puerta, mientras rezan el rosario y la gente les regala “agua fresca”, bebida tradicional del país.

Sobre los Siete Dolores

La devoción a la Virgen Dolorosa invita a la contemplación de los siete dolores de María. La Madre de Dios prometió, a través de Santa Brígida de Suecia (ca. 1302-1373), que concedería siete gracias a aquellos que la honren y acompañen diariamente, rezando siete Ave Marías “mientras meditan en sus lágrimas y dolores”.

Años antes, el Señor Jesús había mostrado -en revelación particular- a Santa Isabel de Hungría (1207-1231), que Él concedería cuatro gracias a los devotos de los dolores de su Santísima Madre.

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