Tiempo Litúrgico: Adviento. Semana III.
Color del día: Morado.
Memoria libre:
Oración colecta
Escucha con bondad, Señor, las oraciones de tu pueblo, para que, alegres por la venida de tu Unigénito en nuestra carne, consigamos la recompensa de la vida eterna cuando vuelva en la majestad de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
He aquí mi amado,
llega saltando por los montes
Lectura del libro del
Cantar de los cantares 2, 8-14
¡La voz de mi amado! Vedlo, aquí llega, saltando sobre los montes, brincando por las colinas.
Es mi amado un gamo, parece un cervatillo.
Vedlo parado tras la cerca, mirando por la ventana, atisbando por la celosía.
Habla mi amado y me dice: «Levántate, amada mía, hermosa mía y ven.
Mira, el invierno ya ha pasado, las lluvias cesaron, se han ido.
Brotan las flores en el campo, llega la estación de la poda, el arrullo de la tórtola se oye en nuestra tierra.
En la higuera despuntan las yemas, las viñas en flor exhalan su perfume.
Levántate, amada mía, hermosa mía, vente.
Paloma mía, en las oquedades de la roca, en el escondrijo escarpado, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz: es muy dulce tu voz y fascinante tu figura».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial
Sal 32, 2-3. 11-12. 20-21
R. Aclamad, justos, al Señor,
cantadle un cántico nuevo.
- Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones. R.
- El plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. R.
- Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos. R.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra. R.
EVANGELIO
¿Quién soy yo para que me visite
la madre de mi Señor?
Lectura del santo Evangelio
según san Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino deprisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
Palabra del Señor.
Reflexión sobre el Evangelio
No sé si has pensado que, hace más de 2000 años, una jovencita de apenas 15 años, dejó la comodidad de su casa, se unió a una caravana, caminó durante unos 5 días en medio de los peligros naturales que conlleva naturalmente hacer un recorrido por el desierto, y que hizo todo esto para ir a visitar a su prima, para ir a asistirla en su gravidez.
Me parece importante, ante la inminencia de la Navidad, que pensemos en todo lo que hizo María Santísima, mientras que nosotros, que contamos con nuestro propio automóvil, con medios de comunicación mucho más seguros, las distancias que recorremos no son tan largas y, aparte no somos unos chiquillos como ella, sin embargo, no somos capaces de ir a visitar a nuestros familiares y amigos enfermos o necesitados.
Toda nuestra vida acelerada se nos va en visitar los grandes almacenes, en detallar la fiesta de Navidad, en tanta superficialidad.
El texto que hemos leído nos dice que Isabel se alegró grandemente apenas oyó la voz de su prima, imagina cuánta alegría podría causar tu saludo a ese pariente al que tienes tanto tiempo de no ver, máxime si está enfermo o cruza por un período difícil de su vida.
La Navidad nos recuerda que, al igual que María, Jesús vino del cielo a visitarnos, para llenar nuestra vida de felicidad; haz, pues, tú lo mismo.
Antífona de la Comunión
Bienaventurada tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Comunión espiritual
Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya te hubiese recibido, me abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén
Oración después de la Comunión
Señor, que la participación en los divinos misterios sirva de continua protección a tu pueblo, para que, con plena entrega a tu servicio, obtenga con abundancia la salvación de alma y cuerpo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fuentes:
Archidiócesis de Madrid, Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), ACI Prensa.
Verificado:
Ordo Temporis, Ciclo C, 2024-2025, Conferencia Episcopal de Costa Rica (CECOR).