En estas últimas semanas del año litúrgico, la fiesta de Todos los Santos une la Iglesia de la tierra (Iglesia militante) a la Iglesia del cielo (Iglesia triunfante). Esta fiesta, dedicada a todos los que están ya en la bienaventuranza eterna, está acompañada el 2 de noviembre con la Conmemoración de los fieles difuntos. Después de cantar la gloria y la felicidad de la Iglesia triunfante, la liturgia nos invita a pensar en la Iglesia sufriente, en las almas que tienen todavía necesidad de purificación para entrar en la visión beatífica de Dios.
Esta jornada del 2 de noviembre es, por cierto, una jornada de conmemoración. Pero es también una jornada de intercesión: es el día en que “la Iglesia intercede por sus miembros adormecidos en la muerte y que sufren una última purificación antes de entrar en la Gloria”(Martirologio de Solesmes).
Por la comunión de santos, nuestra oración los ayuda en su prueba de purificación, habiendo instaurado Cristo -con su muerte y resurrección- una relación mutua y una solidaridad entre los vivos y los muertos.
No olvidemos rezar por nuestros queridos difuntos, ofrecer misas a su intención, practicar la limosna, las indulgencias y las obras de penitencia (cf. CIC §1032) para que Dios, en virtud de nuestros méritos, los llame muy pronto a su Gloria eterna.
A las benditas ánimas del purgatorio:
- ¡Cuán consolatorio dulce pensamiento, el del purgatorio para el pecador!
- ¿Quién será tan puro que el celeste asiento tenga por seguro sin miedo de error?
- En este recelo Solaz y dulzura es saber que al cielo se va por dolor.
- Se espera el contento por la de amargura senda, y aposento de triste amor.
Adaptado de:
Equipo Hispano-Hablante del Evangelio del Día