Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones – Viernes, 6 de agosto de 2021.


Tiempo Litúrgico: Ordinario II - Semana XVIII.
   Color del día: Blanco.  


Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Daniel (7, 9-10. 13-14)
Su vestido era blanco como la nieve.

Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: Vi que colocaban unos tronos y un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la nieve, y sus cabellos, blancos como lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas encendidas. Un río de fuego brotaba delante de él. Miles y miles lo servían, millones y millones estaban a sus órdenes. Comenzó el juicio y se abrieron los libros.

Yo seguí contemplando en mi visión nocturna y vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido.

Reflexión sobre la Primera Lectura

La liturgia nos sugiere este hermoso trozo del AT, en el cual Daniel, profetiza lo que años después los apóstoles verán con sus propios ojos. Quisiera que centráramos nuestra reflexión, no sólo en el contenido de la visión, que como sabemos, está referida a Cristo, sino en la manera cómo Dios se revela a nuestro corazón cuando oramos.

Es difícil aceptar que hoy en día tengamos tan pocos místicos, es decir, hombres y mujeres de oración profunda, hombres y mujeres que son capaces de entrar en una relación íntima y personal con Dios.

Nuestro mundo, lleno de actividades y de ruido, nos ha ido apartando de esta oración. Para muchos, orar significa rezar unas cuantas oraciones mientras se va a toda prisa al trabajo, mientras se hace fila en una dependencia pública; finalmente, decir, medio dormido, algunas jaculatorias antes de acostarnos.

Se nos olvida que para orar, para poder llegar a tener una relación íntima con Dios, necesitamos tiempo.

Necesitamos dedicar un tiempo sólo para Dios. Un tiempo en el que, en compañía de nuestra Biblia, con los ojos cerrados, podamos centrar nuestra atención en Dios. No dejes que tus actividades te atropellen, date tiempo para orar, dale tiempo a Dios.

Salmo responsorial
(Sal 96, 1-2. 5-6. 9)
R/ Reina el Señor, alégrese la tierra.
  • Reina el Señor, alégrese la tierra; cante de regocijo el mundo entero. Tinieblas y nubes rodean el trono del Señor que se asienta en la justicia y el derecho. R.
  • Los montes se derriten como cera ante el Señor de toda la tierra. Los cielos pregonan su justicia, su inmensa gloria ven todos los pueblos. R.
  • Tú, Señor altísimo, estás muy por encima de la tierra y mucho más en alto que los dioses. R.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Marcos (9, 2-10)
Este es mi Hijo amado.

En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia.

Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús.

Entonces Pedro le dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". En realidad no sabía lo que decía porque estaban asustados.

Se formó entonces una nube que los cubrió con su sombra y de esta nube salió una voz que decía: "Este es mi Hijo amado; escúchenlo".

En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de "resucitar de entre los muertos".

Reflexión sobre el Evangelio

En una ocasión le preguntaron a san Francisco sobre su relación con Dios, pues todos sabían que era muy profunda y querían saber más sobre sus experiencias místicas, desafortunadamente para nosotros, su respuesta fue: "Mi secreto es para mí y para Dios", así que poco sabemos de lo que ocurría en esos momentos de intimidad con Dios.

En el pasaje que hemos visto nos refiere el evangelista sobre una de las experiencias más hermosas que tuvieron con Jesús al verlo glorificado, como lo veremos en el cielo. Esta visión los embelesó tanto que no querían ya regresar a la realidad. Con cuánta razón decía san Pablo: Ni ojo vio ni oído escuchó, ni puede venir a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman.

Dios está esperando para darnos a conocer la profundidad de su amor y darnos a gustar, como a los apóstoles, la plenitud de su gloria, pero para ello necesitamos subir a la montaña, es decir, caminar hacia la cima de nuestra oración, lo que sin lugar a dudas requiere tiempo y sobre todo determinación. 

Decía Santa Teresa que quien quiere y se decide en llegar a la experiencia mística poniendo todo lo que está de su parte, ciertamente Dios no se la negará. No te desanimes en la subida al monte de Dios, si perseveras en la oración lo alcanzarás.

Oración

Señor, reconozco que, en muchas ocasiones, el único momento que dedico a la oración son estas líneas que leo y que, desafortunadamente también, no las leo todos los días. Si tú me das veinticuatro horas cada día, cómo no devolverte al menos una diaria.

Acción

Hoy iniciaré un camino de oración en el que, cada día, vaya incrementando el tiempo de oración, hasta que un día pueda llegar a decir: Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro.

Adaptado de:
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa
Verificado en:
Ordo Temporis Ciclo B – 2021, Conferencia Episcopal de Costa Rica