Tiempo Litúrgico: Adviento - Semana III.
Color del día: Morado.
Conmemoración: San Pedro Canisio, presbítero y doctor de la Iglesia.
Primera Lectura
Del libro del profeta Sofonías (3, 14-18)
El Señor será el rey de Israel en medio de ti.
Canta, hija de Sión, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén.
El Señor ha levantado su sentencia contra ti, ha expulsado a todos tus enemigos. El Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás ningún mal.
Aquel día dirán a Jerusalén: "No temas, Sión; que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta".
Reflexión sobre la Primera Lectura
El pueblo de Israel, celoso de la trascendencia de Dios buscó siempre el equilibrio entre esta trascendencia divina y su obrar en medio del pueblo y en la historia humana. Dios es tan santo que sólo interviene en la historia del pueblo y en la historia humana a través de mediadores o intermediarios, de ahí la tendencia a recurrir a los ángeles, a revelaciones, a sueños, a las suertes, a los profetas y a los sacerdotes.
Sin embargo, Dios, el-siempre-otro, no teme intervenir en la vida de Israel y en la historia humana, se acerca a él, le llama, toma a Abraham, le da la ley por medio de Moisés, les anuncia la palabra y la salvación por medio de los profetas y camina entre su pueblo a través del arca de la alianza y, posteriormente, cuando se ha construido el templo, habitará en medio de Israel, mostrando su gloria al pueblo elegido.
La gloria de Dios es el rostro visible del Dios invisible, son las espaldas de Dios, aquellas que Moisés pudo ver como una concesión divina.
Pero, en Jesús, Dios realmente manifiesta su gloria, ya no sólo sus espaldas, sino todo su ser, su esencia y su poder. En Jesús, Dios se hace visible y se convierte en nuestro compañero de camino, no sólo en el camino seguro y del bienestar, sino en el dolor, en el sufrimiento y en la cruz, para manifestar que la solidaridad de Dios para con el hombre es tal que nada puede impedir que Dios experimente en sí, los estragos de la vida diaria.
Dios no es alguien ajeno al dolor y sufrimiento humanos, pues él ha querido experimentarlos en la persona de su amado Hijo Jesucristo.
Salmo responsorial
(Sal 32, 2-3. 11-12. 20-21)
R/ Demos gracias a Dios, al son del arpa.
- Demos gracias a Dios, al son del arpa, que la lira acompañe nuestros cantos; cantemos en su honor nuevos cantares, al compás de instrumentos alabémoslo. R.
- Los proyectos de Dios duran por siempre; los planes de su amor, todos los siglos. Feliz la nación cuyo Dios es el Señor; dichoso el pueblo que escogió por suyo. R.
- En el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo; en el Señor se alegra el corazón y en él hemos confiado. R.
Evangelio
† Del santo Evangelio
según san Lucas (1, 39-45)
¿Quién soy yo, para que la madre
de mi Señor venga a verme?
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.
Reflexión sobre el Evangelio
No sé si has pensado que, hace más de 2000 años, una jovencita de apenas 15 años, dejó la comodidad de su casa, se unió a una caravana, caminó durante unos 5 días en medio de los peligros naturales que conlleva naturalmente hacer un recorrido por el desierto, y que hizo todo esto para ir a visitar a su prima, para ir a asistirla en su gravidez.
Me parece importante, ante la inminencia de la Navidad, que pensemos en todo lo que hizo María Santísima, mientras que nosotros, que contamos con nuestro propio automóvil, con medios de comunicación mucho más seguros, las distancias que recorremos no son tan largas y, aparte no somos unos chiquillos como ella, sin embargo, no somos capaces de ir a visitar a nuestros familiares y amigos enfermos o necesitados.
Toda nuestra vida acelerada se nos va en visitar los grandes almacenes, en detallar la fiesta de Navidad, en tanta superficialidad.
El texto que hemos leído nos dice que Isabel se alegró grandemente apenas oyó la voz de su prima, imagina cuánta alegría podría causar tu saludo a ese pariente al que tienes tanto tiempo de no ver, máxime si está enfermo o cruza por un período difícil de su vida.
La Navidad nos recuerda que, al igual que María, Jesús vino del cielo a visitarnos, para llenar nuestra vida de felicidad; haz, pues, tú lo mismo.
Comunión espiritual
Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si ya te hubiese recibido, me abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén
Oración
Padre lleno de amor, que has querido participar de la vida humana para así hacernos partícipes de tu vida divina, haz que vivamos con ánimo agradecido por este don que nos has dado y que, nuestra gratitud, nos lleve a vivir como Jesús, en la gratitud para contigo y en el servicio y la solidaridad con el hermano que sufre y llora.
Acción
Hoy llevaré la presencia amorosa de Dios a mis hermanos que sufren, a través de mi apoyo, comprensión y servicio.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón. Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Adaptado de:
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa.
Verificado en:
Ordo Temporis, Ciclo B, 2023-2024, Conferencia Episcopal de Costa Rica.