Tiempo Litúrgico: Cuaresma - Semana III.
Color del día: Morado.
Memoria libre: Santa Francisca Romana (c/c Francisca de Roma).
Oración Colecta
Llenos de alegría por la celebración anual de esta Cuaresma, te rogamos, Señor, que, frecuentando los sacramentos pascuales, gocemos de la plenitud de sus frutos. Por nuestro Señor Jesucristo.
Primera Lectura
Del libro del profeta Oseas (6, 1-6)
Yo quiero misericordia y no sacrificios.
Esto dice el Señor: “En su aflicción, mi pueblo me buscará y se dirán unos a otros: ‘Vengan, volvámonos al Señor; él nos ha desgarrado y él nos curará; él nos ha herido y él nos vendará. En dos días nos devolverá la vida, y al tercero, nos levantará y viviremos en su presencia.
Esforcémonos por conocer al Señor; tan cierta como la aurora es su aparición y su juicio surge como la luz; bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia de primavera que empapa la tierra’.
¿Qué voy a hacer contigo, Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo, Judá? Su amor es nube mañanera, es rocío matinal que se evapora. Por eso los he azotado por medio de los profetas y les he dado muerte con mis palabras. Porque yo quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos”.
Salmo responsorial
(Sal 50, 3-4. 18-19. 20-21ab)
R/ Misericordia quiero,
no sacrificios, dice el Señor.
- Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos, y purifícame de mis pecados. R.
- Tú, Señor, no te complaces en los sacrificios y si te ofreciera un holocausto, no te agradaría. Un corazón contrito te presento, y a un corazón contrito, tú nunca lo desprecias. R.
- Señor, por tu bondad, apiádate de Sión, edifica de nuevo sus murallas. Te agradarán entonces los sacrificios justos, ofrendas y holocaustos. R.
Evangelio
† Del santo Evangelio
según san Lucas (18, 9-14)
El publicano regresó a su casa
justificado y el fariseo no.
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por buenos y despreciaban a los demás: “Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Reflexión sobre el Evangelio
El evangelio de hoy trae una enseñanza muy profunda e importante para nuestra vida: La necesidad de Dios. Hoy mucha gente, y pudiera ser el caso de cualquiera, se sienten como el fariseo: que son buenos. Que no hacen mal a nadie, que se portan bien, que no van a lugares inconvenientes.
Y esto, por supuesto, que está muy bien, el problema real es que creen que son buenos por ellos mismos, no reconocen en su vida la presencia de Dios, no se han dado cuenta de que si han podido llevar una vida recta no es por sus méritos, sino por la obra maravillosa del Espíritu Santo que, a pesar de nuestras debilidades, opera en nosotros.
Además, están tan orgullosos de la vida que llevan que no se dan cuenta de que en realidad son también, como el publicano, pecadores, pues dice la Escritura que "el justo peca siete veces al día". Si eso se aplica a los que son buenos, podemos imaginar lo que hacemos nosotros.
Cuando el hombre se siente ya completamente salvado, es como el hombre enfermo que se siente sano: difícilmente sanará.
Es, pues, importante reconocer, por un lado, que lo bueno que somos es obra de Dios en nosotros por lo que no tenemos nada de qué enorgullecernos, antes bien, dar gracias; y por otro, que por más obras buenas y lo bien que nos portemos, siempre debemos reconocer nuestra naturaleza pecadora y buscar con humildad al Señor para pedirle que nos libre del pecado y que perdone las muchas faltas que día a día cometemos.
Comunión espiritual
Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si ya te hubiese recibido, me abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón. Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Adaptado de:
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa.
Verificado en:
Ordo Temporis, Ciclo B, 2023-2024, Conferencia Episcopal de Costa Rica.