Tiempo Litúrgico: Cuaresma - Semana Santa.
Color del día: Morado.
Oración Colecta
Concédenos, Dios todopoderoso y eterno, celebrar de tal modo los sacramentos de la pasión del Señor, que nos hagamos dignos de recibir tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo.
Primera Lectura
Del libro del profeta Isaías (49, 1-6)
Te convertiré en luz de las naciones, para que llegue
mi salvación hasta los últimos rincones de la tierra.
Escúchenme, islas; pueblos lejanos, atiéndanme. El Señor me llamó desde el vientre de mi madre; cuando aún estaba yo en el seno materno, él pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada filosa, me escondió en la sombra de su mano, me hizo flecha puntiaguda, me guardó en su aljaba y me dijo: “Tú eres mi siervo, Israel; en ti manifestaré mi gloria”. Entonces yo pensé: “En vano me he cansado, inútilmente he gastado mis fuerzas; en realidad mi causa estaba en manos del Señor, mi recompensa la tenía mi Dios”.
Ahora habla el Señor, el que me formó desde el seno materno, para que fuera su servidor, para hacer que Jacob volviera a él y congregar a Israel en torno suyo —tanto así me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza—. Ahora, pues, dice el Señor: “Es poco que seas mi siervo sólo para restablecer a las tribus de Jacob y reunir a los sobrevivientes de Israel; te voy a convertir en luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra”.
Reflexión sobre la Primera Lectura
Nuevamente el Señor nos recuerda que es él precisamente quien vence nuestras batallas, que en vano nos esforzamos, pues su poder es el que nos da la victoria.
Y es que Dios nos ha escogido y nos ha llamado a vivir en su plenitud, por ello, el gran error del hombre es el querer ser autosuficiente, el buscar la independencia de todo y de todos, incluso del mismo Dios.
Precisamente con Dios somos más que vencedores; Jesús para esto murió y resucitó, para que en él tengamos la victoria sobre nuestros pecados y debilidades. Aprovechemos nuestra vida para intensificar nuestra relación con Dios.
Conozcámoslo más cada día y no sólo de "oídas", sino como una experiencia personal. Preparémonos constantemente, intensificando nuestra oración y buscando que la victoria de Dios se manifieste en nuestra caridad para con los demás.
Salmo responsorial
(Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15 y 17)
R/ En ti, Señor, he puesto mi esperanza.
- Señor, tú eres mi esperanza, que no quede yo jamás defraudado. Tú, que eres justo, ayúdame y defiéndeme; escucha mi oración y ponme a salvo. R.
- Sé para mí un refugio, ciudad fortificada en que me salves. Y pues eres mi auxilio y mi defensa, líbrame, Señor, de los malvados. R.
- Señor, tú eres mi esperanza; desde mi juventud en ti confío. Desde que estaba en el seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y tú me sostenías. R.
- Yo proclamaré siempre tu justicia y a todas horas, tu misericordia. Me enseñaste a alabarte desde niño y seguir alabándote es mi orgullo. R.
Evangelio
† Del santo Evangelio según
san Juan (13, 21-33. 36-38)
Uno de ustedes me entregará. No cantará el
gallo antes de que me hayas negado tres veces.
En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha.
Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?” Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.
Jesús le dijo entonces a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.
Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir’ ”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde”.
Pedro replicó: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “Conque darás tu vida por mí, Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces”.
Reflexión sobre el Evangelio
Podemos imaginar la situación en la mesa: "uno de ustedes me va a entregar", dice Jesús, pero ¿quién? Seguramente que todos nosotros, de haber estado en la mesa, nos hubiéramos preguntado a nosotros mismos ¿será posible que yo sea el que va traicionar al Maestro? Y la verdad es que la respuesta es "SI".
Cada vez que a pesar de que sabemos que lo que vamos a hacer es contra la fe, contra nuestro prójimo, contra Dios mismo, y lo realizamos, estamos actuando de la misma manera que Judas: estamos traicionando la confianza de Jesús.
Él nos llama amigos, nos ha llamado para seguirlo y para ser un instrumento de su amor y de su gracia, y en lugar de ello preferimos nuestros propios caminos, nuestros propios métodos y metas.
El mismo Pedro, que amaba con todo su corazón a Jesús, que decía estar dispuesto a morir por él, lo negará no una, sino tres veces. Y es que no tenemos fuerza para ser fieles, pues esta fuerza viene de Dios.
El amor al Maestro y el poder del Espíritu que mora en nosotros, son los únicos elementos que nos hacen ser verdaderamente fieles. Busquemos en estos días crecer más en el amor para que el Espíritu se fortalezca y podamos experimentar una Pascua maravillosa.
Comunión espiritual
Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si ya te hubiese recibido, me abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén
Oración
Señor, sé muy bien que si tú no eres quien me edifica, en vano me cansaría esforzándome, por eso me abandono a tu compasión admirable. Te pido, Señor, que a la hora de la tentación me revistas de tu armadura y pueda resistir firme en la fe.
Acción
En un momento de oración pondré en las manos de Jesús todas aquellas cosas que me preocupan o me inquietan, sabiendo que él nunca me abandona.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón. Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Adaptado de:
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa.
Verificado en:
Ordo Temporis, Ciclo B, 2023-2024, Conferencia Episcopal de Costa Rica.