Lecturas de la Misa del día y su reflexión. Domingo, 2 de noviembre de 2025.


Tiempo Litúrgico: Ordinario. Semana XXXI.
Color del día: Morado.


Antífona de entrada
Cf. 1 Tes 4, 14, 1 Cor 15, 22

Así como Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que a los que mueren en Jesús, Dios los llevará con él. Y así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida.

Oración colecta

Escucha, Señor, benignamente nuestras súplicas, y concédenos que al proclamar nuestra fe en la resurrección de tu Hijo de entre los muertos, se afiance también nuestra esperanza en la resurrección de tus hijos difuntos. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA
¿Quién nos separará del amor de Cristo?

Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Romanos 8, 31b-35. 37-39

Hermanos:

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica.

¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?

Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro. Señor.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial
Sal 114, 5-6; 115, 10-11. 15-16a y c

R. Caminaré en presencia del Señor
en el país de los vivos.
  • El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó. R.
  • Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!». Yo decía en mi apuro: «Los hombres son unos mentirosos». R.
  • Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, rompiste mis cadenas. R.

SEGUNDA LECTURA
Andemos en una vida nueva

Lectura de la carta del apóstol 
san Pablo a los Romanos 6, 3-9

Hermanos:

¿Sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?

Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.

Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado.

Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.

Palabra de Dios.

Aclamación antes del Evangelio
Jn 6, 39

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Ésta es la voluntad de mi Padre: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día -dice el Señor-. R.

EVANGELIO
En la casa de mi Padre
hay muchas moradas

Lectura del santo Evangelio
según san Juan 14, 1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. en la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».

Tomas le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».

Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».

Palabra del Señor

Reflexión sobre las Lecturas

Hoy es una fiesta que la Iglesia, como a veces sucede con las cosas de Dios o de su Iglesia, nos resulta paradójica: celebramos a los difuntos. Es decir, es la fiesta de los muertos.

Aparentemente no se puede decir que esté bien esto de celebrar que uno se haya muerto: nos “alegramos” de que nos haya dejado alguien que nosotros queríamos, con quienes hemos compartido tiempo, alegrías y penas, felicidades o sinsabores y que, guardaban con nosotros un vínculo, lo más probable, familiar o de amistad.

Pero hemos de fijarnos bien. La Iglesia lo que hoy conmemora no es a los difuntos, sino a todos los “fieles” difuntos. Esta fidelidad cambia todo.

Ya no es una fiesta de muertos, es una fiesta de vivos: los “fieles” difuntos -los que han dejado esta tierra en gracia de Dios, habiendo sido fieles al querer de Dios-, están vivos para la eternidad: “el que cree en mí aunque haya muerto vivirá para siempre” dirá el Señor ante las hermanas de Lázaro antes de que le devuelva a la vida.

Y lo devuelve a la vida porque le quería -es decir, era su amigo- y para que precisamente nos creamos que sus palabras son siempre verdad, ya que ese es el motivo de los milagros que obra el Señor: acrecentar nuestra fe; por eso, después de haber hecho esa afirmación -“quien crea en mí no morirá para siempre”- se dirigió al sepulcro y resucitó al que estaba muerto desde hacía, además, tres días.

Era muy importante que sus palabras fueran apoyadas por el milagro, para que así nos quedase muy claro que, son “verdad y vida”: cuando uno muere, si lo hace unido a Dios -si es amigo de Dios- ése, no morirá, como dice el Señor “aunque haya muerto” porque “yo lo resucitaré en el último día”: ¡qué animantes palabras para portarse como Dios quiere en ésta vida!

Y es muy significativa esa oración concesiva “aunque haya muerto”, que, a su vez, parece otra paradoja: aunque haya muerto no morirá para siempre. Es claro que el Señor está diciendo a aquellos hombres que le escuchaban y ahora a nosotros, que todos hemos de ser -un día u otro- difuntos, pero, si morimos siendo “fieles” alcanzaremos la, así llamada, dicha, bienaventuranza eterna.

El Evangelio que la Iglesia ha elegido para hoy, no podía ser más maravilloso, esperanzador y que llene el alma de más alegría hasta que llegue el encuentro con quien tanto nos quiere. Se nos susurran unas palabras llenas de ternura -están dichas en ese momento tan íntimo y emotivo de la última cena-:

“que no tiemble vuestro corazón creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos un sitio? Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino”. Así son los sentimientos de un amigo: desea que estemos con él.

Se comprende mejor ahora esas ansias que refleja el salmo: “Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora”.

Pero es preciso insistir, aunque no sea de nuestro agrado hacerlo ahora, que el Señor actúa así, no con todos, pues hay quienes -pedimos a Dios que nunca cometamos el único grave error de nuestra vida- le rechazan. Me refiero a los que si bien irremediablemente serán un día difuntos, como todo el mundo, no podrían contarse entre los “fieles” difuntos. Porque “el Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar la salvación del Señor”.

Debemos volver a Dios si nos hemos alejado, pues el pecado cierra las puertas del cielo. Aunque nos encontráramos lejos de Dios, nos debemos llenar de esperanza porque también es palabra de Dios. “Hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión”.

Después de estas consideraciones hemos de hacer el propósito de poner nuestra alma en condiciones para que, cuando el Señor nos llame a su presencia, nuestro corazón esté ansioso de abrazarle porque aunque haya dejado de palpitar en esta tierra, ya nunca dejará de hacerlo unido al corazón sacratísimo y misericordioso de Cristo, en la otra vida, en la bienaventuranza eterna.


Antífona de comunión
Cf. Jn 11, 25-26

Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que esta vivo y cree en mí, no morirá para siempre.



Oración después de la comunión

Te rogamos, Señor, que tus fieles difuntos, por quienes hemos celebrado este sacrificio pascual, lleguen a la morada de la luz y de la paz. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Fuentes:
Archidiócesis de Madrid, Id y Enseñad, La Misa de Cada Día (CECOR), ACI Prensa.
Verificado:
Ordo Temporis, Ciclo C, 2024-2025, Conferencia Episcopal de Costa Rica (CECOR).