Lecturas de la Misa del día y su reflexión. Domingo, 1 de junio de 2025.


Tiempo Litúrgico: Pascua. Semana VII.
   Color del día: Blanco.  




Antífona de entrada
Cf. Hch 1,11

Hombres de Galilea, ¿qué hacen allí parados mirando al cielo? Ese mismo Jesús, que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto marcharse. Aleluya.


Oración colecta

Concédenos, Dios todopoderoso, rebosar de santa alegría y, gozosos, elevar a ti fervorosas gracias ya que la ascensión de Cristo, tu Hijo, es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, que somos su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA
A la vista de ellos,
fue levantado al cielo

Lectura del libro de los Hechos
de los apóstoles 1, 1-11

En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo.

Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.

Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejarán de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».

Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?».

Les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, y Samaria y “hasta el confín de la tierra”».

Dicho esto, la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial
Sal 46, 2-3. 6-7 8-9

R. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas.
  • Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor altísimo es terrible, emperador de toda la tierra. R.
  • Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad. R.
  • Porque Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado. R.

SEGUNDA LECTURA
Lo sentó a su derecha en el cielo

Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Efesios 1, 17-23

Hermanos:

El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.

Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.

Palabra de Dios.

Aclamación antes del Evangelio
Mt 28, 19a. 20b

R. Aleluya, aleluya, aleluya.

Id y haced discípulos a todos los pueblos – dice el Señor -; yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos. R.

EVANGELIO
Mientras los bendecía,
iba subiendo al cielo

Lectura del santo Evangelio
según san Lucas 24, 46-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que vino de lo alto».

Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo.

Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo.

Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Palabra del Señor.

Reflexión sobre las Lecturas

Podemos creer que la Ascensión del Señor a los cielos es como el final feliz de una película, en la que el héroe, a pesar de haberlas pasado canutas, termina por conseguir el final merecido y descansar por fin de tanta peripecia. Algo así como si el Evangelio fuera el guión de una serie más o menos melodramática que, al final –¡menos mal!– termina bien para todos, o, al menos, termina mejor que como empezó.

Eso de que Jesús se nos fuera al cielo explica, quizá, que no nos escuche en nuestros rezos y peticiones, que guarde silencio ante las injusticias del mundo, que no le sintamos cercano, que parezca ausente de nuestros agobios y problemas, etc.

Y, poco a poco, sin darnos cuenta, ese Cristo que abrazó enteramente nuestra humanidad, que creció como uno más de nosotros, que hizo milagros y predicó a las gentes, que curó y perdonó a todos los que se le acercaban, termina por convertirse en alguien lejano, ajeno a la vida concreta de los hombres, a mis problemas y preocupaciones, solo porque le hemos visto levantarse para irse al cielo.

Es decir, terminamos convirtiendo a Dios en una fantasía imaginaria, en un Dios desencarnado, que está allá lejos, en los cielos, con el que es difícil hablar, del que raramente puedes esperar que te escuche y al que hay que hacerle el pino puente, como poco, para procurar tenerle contento.

Nos parecemos, quizá, a esos galileos que, viendo al Señor ascender a los cielos, no podían creer lo que estaban viendo, y se quedaron allí embobados, mirando a las nubes y sin saber qué hacer. Eran discípulos de Jesús, le habían seguido y acompañado durante mucho tiempo, le habían visto hacer milagros, se sabían de memoria su predicación, conocían la fama y el éxito que había cosechado entre las gentes, le habían seguido de lejos en la pasión y hasta le habían visto aparecer resucitado después de muerto.

¡Y todo eso para que ahora, en lo mejor de la película, se les marchara al cielo y desapareciera entre las nubes, como desaparece la espuma entre los dedos! Y allí se quedaron plantados, compuestos y sin novia, decepcionados de aquel Maestro que tanto les había prometido y que había sido capaz de hacer prodigios que ningún otro maestro sabía explicar.

Aquellos galileos, por más que miraban al cielo, buscando al Señor, no entendían nada; estaban demasiado acostumbrados a mirar superficialmente las cosas del Señor y aquello se les escapaba de sus esquemas, proyectos y aspiraciones.

Nuestro cristianismo está lleno de galileos embobados, de cristianos que también han seguido al Señor durante años, se conocen de memoria su predicación, le han visto hacer milagros, le han acompañado y le acompañan a diario y, sin embargo, por más que miran al cielo, lo hacen embobados, como frustrados y decepcionados con un Dios que se les escapa de su mirada miope y superficial.

Cristianos que, como aquellos galileos, llevan puesto su cristianismo muy compuestos, pero sin novio, porque por más que cumplen, rezan, y se esfuerzan por hacer el pino puente para tener contento a Dios, no ven más que nubes, nubes y más nubes. Y no es que no miremos a lo alto, es que miramos las cosas de Dios con la mirada superficial y miope de un corazón tan lleno de sí mismo que se incapacita para entender el guión de la película.

Vivimos una profunda crisis de fe, que nos hace creer que el verdadero cielo ha de estar aquí en la tierra, en el día a día de nuestra vida, y que si Dios, siendo Dios, no es capaz de darnos ya, aquí, ese cielo que nos promete no se sabe dónde ni cómo, en realidad no es tan héroe como parece y no merece la pena creer en Él.

El Señor no asciende a los cielos para pasar olímpicamente de nosotros y de nuestros problemas, sino para enviarnos el Espíritu Consolador. Por eso, antes de irse junto al Padre, nos deja en prenda una promesa, el bautismo con el don del Espíritu Santo, y un mandato, “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.

Y, por si fuera poco, nos avisa: a los que crean les acompañarán muchos signos. El Señor no nos llama a ser galileos, sino a ser testigos. Pidamos en estos días de preparación intensa a la venida del Espíritu Santo el don de la fe.


Antífona de comunión
Mt 28, 20

Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Aleluya.


Oración después de la comunión

Dios todopoderoso y eterno, que nos permites participar en la tierra de los misterios divinos, concede que nuestro fervor cristiano nos oriente hacia el cielo, donde ya nuestra naturaleza humana está contigo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Fuentes:
Archidiócesis de Madrid, Id y Enseñad, La Misa de Cada Día (CECOR), ACI Prensa.
Verificado:
Ordo Temporis, Ciclo C, 2024-2025, Conferencia Episcopal de Costa Rica (CECOR).