EVANGELIO DE HOY Viernes 30 de Agosto de 2013

Santoral

· Primera Lectura: I Tesalonicenses 4,1-8
"Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada"
Hermanos, por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús. Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie ofenda a su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y aseguramos. Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada. Por consiguiente, el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.

· Salmo Responsorial: 96
"Alegraos, justos, con el Señor."
El Señor reina, la tierra goza, / se alegran las islas innumerables. / Justicia y derecho sostienen su trono. R.
Los montes se derriten como cera / ante el dueño de toda la tierra; / los cielos pregonan su justicia, / y todos los pueblos contemplan su gloria. R.
El Señor ama al que aborrece el mal, / protege la vida de sus fieles / y los libra de los malvados. R.
Amanece la luz para el justo, / y la alegría para los rectos de corazón. / Alegraos, justos, con el Señor, / celebrad su santo nombre. R.

· Evangelio: Mateo 25,1-13
"¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!"
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: "Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vos otras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora."

Reflexión
También esta parábola gira en torno al tema de la vigilancia, como confirma la invitación final: «Así pues, vigilad, porque no sabéis ni el día ni la hora» (v. 13). Sin embargo, ésta, en su procedimiento narrativo, contiene ciertas particularidades que la hacen única. 

Llega el esposo, se forma el cortejo, entra en el banquete, se cierra la puerta. El llanto de las excluidas obtiene como respuesta un «os aseguro que no os conozco» (v. 12), expresión que subraya la distancia, la interrupción de las relaciones, la no comunión entre ellas y el esposo. 

Lo que está en juego en una ceremonia nupcial es, en cierto modo, el equilibrio de toda una sociedad, la sociedad tradicional, con su división y respeto de los papeles asignados desde siempre. Esa es la razón de que las jóvenes del cortejo nupcial que se olvidaron del aceite de reserva para las lámparas sean llamadas «necias»: han olvidado lo que está en juego, han despreciado el sentido del estar juntos. 

También a los cristianos les acecha fuertemente el riesgo de perder de vista la meta, el fin del camino: la busca afanosa del éxito, la posesión de cosas, la satisfacción de las pasiones, todo lo que atrae a «nuestra carne» nos distrae e induce un sueño profundo en el alma. Hemos olvidado que la vida es expectativa, que debemos vigilar nuestras lámparas, porque lo que está en juego es la salvación definitiva. Olvidarlo significa despreciar a Dios mismo (cf. 1Tes 4,8). 

Con el espíritu estamos llamados a determinar la meta: Jesús. Con la mente, a prever lo necesario para la espera o todas las virtudes cristianas. Con el cuerpo, a actualizar la vigilancia en el presente, a través de la renuncia a gestos, palabras e imágenes que nos hagan olvidar quiénes somos, por dónde estamos andando. La santidad consiste en vivir el momento presente como si fuera el último, el instante en que llegará el esposo. Es salirle al encuentro en una carrera que dura toda la vida.