Tiempo Litúrgico: Ordinario
Color del día: Blanco
Santoral:
Primera Lectura
Lectura de la carta a los hebreos (3, 7-14)
Anímense mutuamente mientras dura este "hoy":
Hermanos: Oigamos lo que dice el Espíritu Santo en un salmo: Ojalá escuchen ustedes la voz del Señor, hoy. No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión y el de la prueba en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras durante cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación y dije: “Es un pueblo de corazón extraviado, que no ha conocido mis caminos”. Por eso juré en mi cólera que no entrarían en mi descanso.
Procuren, hermanos, que ninguno de ustedes tenga un corazón malo, que se aparte del Dios vivo por no creer en él. Más bien anímense mutuamente cada día, mientras dura este “hoy”, para que ninguno de ustedes, seducido por el pecado, endurezca su corazón; pues si nos ha sido dado el participar de Cristo, es a condición de que mantengamos hasta el fin nuestra firmeza inicial.
Reflexión sobre la Primera Lectura
Uno de los peligros latentes de nuestra comunidad cristiana es lo que se podría llamar: El riesgo de la normalidad. Esto es, el pensar que nuestra vida "no es tan mala", que no somos grandes pecadores pues no matamos, no robamos bancos, vamos a misa los domingos.
Todo esto es, claramente, una forma de endurecer el corazón. Dios nos ha llamado a ser SANTOS, la mediocridad en la vida espiritual, sobre todo en nuestra relación con Dios, enfría el corazón y lo endurece. Por ello, el autor de esta carta invita a la comunidad a animarse mutuamente para que ningún pecado llegue a endurecer su corazón.
Esta ayuda debe ser diaria, ya que es el único tiempo que tenemos: el ayer ya no existe y el mañana aún no llega. Tómate el tiempo para compartir tu fe con los demás y no permitas jamás que llegue a tu vida el "riesgo de la normalidad".
Salmo responsorial:
(Sal 94, 6-7. 8-9. 10-11)
R/ Señor, que no seamos sordos a tu voz.
- Vengan, y puestos de rodillas, adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues él es nuestro Dios y nosotros, su pueblo; él es nuestro pastor y nosotros, sus ovejas. R.
- Hagámosle caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras. R.
- Durante cuarenta años sentí hastío de esta generación. Entonces dije: ‘Este es un pueblo de corazón extraviado que no ha conocido mis caminos’. Por eso juré, lleno de cólera, que no entrarían en mi descanso”. R.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Marcos (1, 40-45)
Se le quitó la lepra y quedó limpio.
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Reflexión sobre el Evangelio
¿Cómo puede el hombre que ha sido tocado por el amor de Dios permanecer callado? Es imposible. Creo que esta puede ser la causa por la cual muchos cristianos permanecen callados: no han sido tocados por el amor sanante de Dios.
Permanecen llenos de miedos y temores, viviendo como lo hacían los leprosos, aislados de la comunidad. Jesús, desde el bautismo, nos ha tocado y nos ha dicho: ¡Sana! Más aún, nos ha llenado de su Espíritu; sin embargo, no hemos dejado la lepra de la envidia, del odio, del rencor.
Es necesario de nuevo decirle al Señor: "Si quieres puedes sanarme". Él lo hará, una y mil veces, pues nos quiere sanos y llenos de vida en el Espíritu. Así, una vez tocados por el amor sanante de Dios, nos convertiremos en verdaderos testigos de este amor en el mundo.
Oración
Señor, reconozco mis pecados, sobre todo el de omisión. Siempre confieso las cosas que hago mal, faltando a la ley de Dios fundada en el amor, pero nunca confieso las cosas que dejo de hacer por mi bien y el de mis hermanos. Quiero dejarme ablandar por tu gracia y hacer mi corazón más sensible a tus mandatos.
Acción
Hoy le hablaré de mi fe en ti a la persona que esté a mi lado, y le haré saber que somos miembros de una pequeña comunidad, parte también del cuerpo de Cristo.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
Adaptado de:
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa
Verificado en:
Ordo Temporis Ciclo C - 2019, Conferencia Episcopal de Costa Rica