Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones – Sábado 2 de noviembre de 2019.


Tiempo Litúrgico: Ordinario, Semana XXX 
   Color del día: Negro   


Primera Lectura 
Lectura del Libro de la Sabiduría (3, 1-9)
Los aceptó como un holocausto agradable.

Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los afectará ningún tormento. A los ojos de los insensatos parecían muertos; su partida de este mundo fue considerada una desgracia y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción; pero ellos están en paz.

A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad. Por una leve corrección, recibirán grandes beneficios, porque Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto.

Por eso brillarán cuando Dios los visite, y se extenderán como chispas por los rastrojos. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor será su rey para siempre.

Los que confían en él comprenderán la verdad y los que le son fieles permanecerán junto a él en el amor. Porque la gracia y la misericordia son para sus elegidos.

Salmo responsorial (Sal 24)
R/ A ti, Señor, levanto mi alma. 
  • Acuérdate, Señor,  que son eternos tu amor y tu ternura. Señor, acuérdate de mí con ese mismo amor y esa ternura. R. 
  • Alivia mi angustiado corazón y haz que lleguen mis penas a su fin. Contempla mi miseria y mis trabajos y perdóname todas mis ofensas. R. 
  • Protégeme, Señor, mi vida salva, que jamás quede yo decepcionado de haberte entregado mi confianza; la rectitud e inocencia me defiendan, pues en ti tengo puesta mi esperanza. R.

Segunda Lectura
Lectura de la carta de San Pablo
a los Romanos (6, 3-9)
Fuimos sepultados con él por medio
del bautismo para que
emprendamos una vida nueva.

Hermanos: ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.

Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado.

Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (25, 31-46)
Cuando lo hicieron con el más
insignificante de mis hermanos,
conmigo lo hicieron.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’.

Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’ Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’.

Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’.

Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’ Y él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna".

Reflexión sobre el Evangelio

Que tenemos que morirnos es una realidad como un templo. Decía Hemingway que a Dios le debemos una muerte. Es una forma brusca de decirlo, pero a ver quién se la rebate. A nadie le gusta morirse, y menos ver morir a quien se quiere, y este padecimiento tampoco es ajeno a ningún mortal. Los sacerdotes estamos acostumbrados a que nuestra vida linde con la muerte, ya que somos testigos privilegiados de los primeros pasos del hombre, y por eso bautizamos su vida, y acompañamos también sus etapas finales.

Ayer me decía un nonagenario si era pecado haberle dicho a Dios que estaba cansado de seguir con vida, me lo decía mirándome con pesadumbre. Le dije que no, que la vida es muy larga y a veces más larga y más abrupta de lo que imaginamos, pero que no perdiera nunca la presencia del Señor, porque lo peor de todo es el desasosiego.

¿Cuándo vamos a morirnos?, pues no sabemos, que en lo esencial vamos escasos de información. Se pregunta el joven, ¿quién será la mujer con la que compartiré mi vida?, pues tampoco lo sabe, porque en la vida y en la muerte más que elegir las cosas importantes, somos alcanzados por ellas. Por eso no podemos ir de sobrados y listos, que la humildad es más sabia para encauzarse que toda la carga de datos.

Sabemos que la muerte es contraria a Dios, San Pablo dice que será el ultimo enemigo que el Señor batirá. Dios no quiere que el hombre se muera, sino que “se salve”, qué verbo tan diferente. Por eso, cuando las células dejan de funcionar o un accidente de tráfico parte en dos nuestra existencia, o el final de la vejez nos cierra la vida con su sombra, también acude Dios a llamarnos.

Es decir, no sólo le llega la última hora al hombre caduco, sino que también llega Dios, y ése es el gran alivio. Por eso la liturgia, que es muy sabia, dice, “te pedimos por N, a quien llamaste de este mundo a tu presencia”. Dios aprovecha la calamidad de tener que morirnos para citarnos ante Él.

Lo primero que hago cuando me entero de la muerte de algún familiar o amigo, es imaginar qué estará sucediendo en ese encuentro. La madre cuya hija se ha ido de viaje de luna de miel con su marido, le ha advertido que le mande todas las fotos que pueda, porque también ella quiere hacer el itinerario emocional de su hija. Los que no vemos el otro lado del bordado de la existencia, deberíamos saber que quienes han hecho ya el último viaje andan en encuentros con Dios, y esto no es un consuelo de beatas sino la verdad que nos mantiene alegres mientras vivimos.

Gracias a la conversación que el Señor mantuvo con el buen ladrón, la muerte ha perdido su careta de fantoche. Sabemos que al final ya no habrá polvo y ceniza, sino un encuentro amoroso sin fecha de caducidad Entonces se acabó la frase primera de Hemingway: Dios no nos debe una muerte, nos propone esa gran vida que anhelamos.

Comentarista 4 | sábado, 2 noviembre 2019 | Comentario a las Lecturas, Archidiócesis de Madrid

Adaptado de:
Evangelización Activa, Evangelio del Día, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa
Verificado en:
Ordo Temporis Ciclo C - 2019, Conferencia Episcopal de Costa Rica