Lecturas de la Misa del día y sus reflexiones – Jueves 6 de agosto de 2020.

Tiempo Litúrgico: Ordinario II - Semana XVIII.
   Color del día: Blanco.  

Fiesta:

Primera Lectura
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pedro (1, 16-19)
Nosotros escuchamos esta voz
venida del cielo.

Hermanos: Cuando les anunciamos la venida gloriosa y llena de poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos fundados en fábulas hechas con astucia, sino por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza.

En efecto, Dios lo llenó de gloria y honor, cuando la sublime voz del Padre resonó sobre él, diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien yo me complazco”. Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en el monte santo.

Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que con toda razón ustedes consideran como una lámpara que ilumina en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana amanezca en los corazones de ustedes.

Reflexión sobre la Primera Lectura

En este texto, al inicio de su carta, San Pedro da testimonio de lo que ha visto y oído, como lo diría san Juan en su evangelio y en sus cartas, es decir, da testimonio de la resurrección de Jesús, de su majestad divina.

Esta es la afirmación que hace que el resto del texto tenga validez y congruencia: Soy testigo, he visto no me lo platicaron; yo estaba ahí. Soy testigo de Jesús. Esto es lo que necesita hoy la Iglesia: Testigos, hombres y mujeres que puedan decir: Jesús, el Hijo de Dios cambió mi vida.

Si nuestra fe ha ido perdiendo fuerza en la sociedad, es porque son pocos los que pueden dar este testimonio, y no es porque Dios no pueda hoy en día cambiar la vida de una persona, como lo hizo con los apóstoles, sino porque hoy son pocos los que se acercan a ÉL con un corazón abierto y dispuesto a ser transformado.

A la mayoría de los cristianos de nuestro tiempo les gusta un cristianismo cómodo en el que cada uno pueda llevar la vida como mejor le parezca, y esto no permite que Dios transforme nuestras vidas, dando como consecuencia que haya pocos testigos.

La gente ya está cansada de escuchar relatos del pasado, de oír hablar de Jesús; quiere, más bien, ver a la gente transformada; quiere que su vida también pueda tener plenitud, pero no ve gente que la tenga, gente que haya experimentado en su vida este cambio.

De la misma forma que Cristo es el testigo del Padre, así cada uno de nosotros, como Pedro, tenemos que ser testigos del poder redentor de Cristo. Sin este testimonio, nuestro cristianismo continuará basado sólo en ritos vacíos y no en una vida vivida bajo el poder del Espíritu, continuará sin ser Luz para el mundo y sal de la tierra. Busca a Jesús, pídele que se manifieste a tu corazón y deja que él mismo te convierta en un testigo de su poder.

Salmo responsorial
(Sal 96, 1-2. 5-6. 9)
R/ Reina el Señor, alégrese la tierra.
  • Reina el Señor, alégrese la tierra; cante de regocijo el mundo entero. Tinieblas y nubes rodean el trono del Señor que se asienta en la justicia y el derecho. R.
  • Los montes se derriten como cera ante el Señor de toda la tierra. Los cielos pregonan su justicia, su inmensa gloria ven todos los pueblos. R.
  • Tú, Señor altísimo, estás muy por encima de la tierra y mucho más en alto que los dioses. R.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (17, 1-9)
Su rostro se puso resplandeciente como el sol.

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.

Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos
cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman”. Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús.

Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos”.

Reflexión sobre el Evangelio

Este pasaje, del cual se pueden sacar muchas conclusiones teológicas, nos muestra que si bien es cierto que toda nuestra vida está fundada en el encuentro profundo y personal con Jesús, producto de nuestra oración, no debemos olvidar que nos espera un mundo en el que hay que establecer el Reino.

Los apóstoles, ante la visión gloriosa de Jesús, desearían pasar toda la vida con ÉL. Ya se les había olvidado incluso sus amigos y compañeros a los que habían dejado al pie del monte. La vida debe balancearse entre la oración y la actividad.

De la oración sacaremos la fuerza y la sabiduría para poder enfrentar al mundo y construirlo; del trabajo en el mundo regresaremos a la oración con los ojos pesados de sueño, pero con el corazón ardiendo en espera del encuentro con el Señor.

Cuando estemos gozando de la intimidad de Dios, sea en nuestra oración cotidiana, después de la comunión o en un retiro, tengamos siempre presente que este regalo nos lo ha concedido Jesús, como lo hizo con sus apóstoles, para fortalecer nuestra fe y para enviarnos a compartir lo que en la oración hemos vivido y experimentado.

Oración

Padre lleno de amor y bondad, que te manifestaste en el monte Tabor para dar testimonio de que tu Hijo se encontraba entre nosotros, te pedimos que, movidos por tu Espíritu Santo, nosotros también demos testimonio de Jesús, tu Hijo amado, en medio de los vaivenes de la vida, para que todos cuantos crean, lleguen al conocimiento de la verdad y a la salvación que tu Hijo ha realizado en favor nuestro. Al que vive por los siglos de los siglos. Amén.

Acción

Hoy seré consciente de cada una de mis acciones y procuraré vivir como Cristo espera de mí..

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro.

Adaptado de:
Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa
Verificado en:
Ordo Temporis Ciclo A – 2020, Conferencia Episcopal de Costa Rica