Lecturas de la Misa del día y su reflexión. Domingo, 20 de noviembre de 2022.


Tiempo Litúrgico: Ordinario - Semana XXXIV.
   Color del día: Blanco.  

Solemnidad: Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

Primera Lectura
Lectura del segundo libro
de Samuel (5, 1-3)
Ungieron a David como rey de Israel.

En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David, de la tribu de Judá, y le dijeron: “Somos de tu misma sangre. Ya desde antes, aunque Saúl reinaba sobre nosotros, tú eras el que conducía a Israel, pues ya el Señor te había dicho: ‘Tú serás el pastor de Israel, mi pueblo; tú serás su guía’”.

Así pues, los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver a David, rey de Judá. David hizo con ellos un pacto en presencia del Señor y ellos lo ungieron como rey de todas las tribus de Israel.

Salmo responsorial
(Sal 121, 1-2. 4-5)
R/ Vayamos con alegría
al encuentro del Señor.
  • ¡Qué alegría sentí cuando me dijeron: “Vayamos a la casa del Señor”! Y hoy estamos aquí, Jerusalén, jubilosos, delante de tus puertas. R.
  • A ti, Jerusalén, suben las tribus, las tribus del Señor, según lo que a Israel se le ha ordenado, para alabar el nombre del Señor. R.
  • Por el amor que tengo a mis hermanos, voy a decir: “La paz sea contigo”. Y por la casa del Señor, mi Dios, pediré para ti todos los bienes. R.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los colosenses (1, 12-20)
Dios nos ha trasladado al reino de su Hijo amado.

Hermanos: Demos gracias a Dios Padre, el cual nos ha hecho capaces de participar en la herencia de su pueblo santo, en el reino de la luz.

El nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado, por cuya sangre recibimos la redención, esto es, el perdón de los pecados.

Cristo es la imagen de Dios invisible, el primogénito de toda la creación, porque en él tienen su fundamento todas las cosas creadas, del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, sin excluir a los tronos y dominaciones, a los principados y potestades. Todo fue creado por medio de él y para él.

El existe antes que todas las cosas, y todas tienen su consistencia en él. El es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia. El es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo.

Porque Dios quiso que en Cristo habitara toda plenitud y por él quiso reconciliar consigo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (23, 35-43)
Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí.

Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”.

También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: “Este es el rey de los judíos”.

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Reflexión sobre las Lecturas

Cristo Rey, Rey en la Cruz
Por Comentarista 10 | domingo, 20 noviembre 2022 | Comentario a las Lecturas | Archidiócesis de Madrid

«Los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”». Estamos en el Calvario, y acabamos de asistir a la crucifixión de Jesús. El pueblo se ha reunido en masa, y mira expectante. El evangelista Lucas nos refiere con detalle las burlas, insultos y desprecios que dirigen contra el crucificado algunos de entre la multitud. Los primeros, los escribas y ancianos, como acabamos de leer. Pero «se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”».

Incluso sobre la cabeza de Jesús colgaba un burlesco letrero con la acusación: «Este es el rey de los judíos». No faltaban ni siquiera las palabras envenenadas de «uno de los malhechores crucificados que lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”». En el fondo, todos acusan a Cristo de lo mismo: ¿dónde está tu realeza? Si eres rey, ¿cómo te has dejado prender, herir, condenar y crucificar? Si ser rey significa –como pensamos todos– tener poder y dominio, ejércitos y servidores, pompa y riquezas, entonces el que cuelga de la Cruz no puede serlo. Por eso, Jesús es un impostor, que merece burlas y desprecio.

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Según narra el evangelista, de entre todos los personajes que aparecen sólo hay uno que reconoce a Jesús como rey. ¿Y qué vio ese ladrón en aquel condenado, flagelado y traspasado, fracasado y malherido, para descubrirle como rey? ¿Qué vio en él para atreverse a tan grande petición? Ante todo, en la mansedumbre, perdón y misericordia de Cristo, puedo contemplar la paciencia y fortaleza de aquel que soportó todos nuestros dolores: «El otro ladrón, respondiéndole e increpándolo, le decía: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos».

Y, también, en el rostro ensangrentado de Jesús vio la inocencia de aquel que no cometió pecado: «en cambio, este no ha hecho nada malo». Fue por su inocencia y su paciencia, por las que descubrió el buen ladrón a Cristo como rey. Esa es la auténtica realeza, no la del poder o la riqueza. Cristo es Rey del Universo, de la historia, de las almas, de mi vida, en la Cruz porque allí derramó el Amor que transforma el mundo entero. Y en aquella hora suprema sólo el buen ladrón supo darse cuenta.

«Jesús le dijo: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”». Un rey siempre escucha las súplicas de sus súbditos. Y Cristo en la Cruz, abrazando el Universo, también abraza al buen ladrón. A ese ladrón que abrió su corazón en los últimos instantes de su vida. ¿Y qué le concede? Como buen rey, algo mucho más grande que lo que aquel ladrón pudo nunca llegar a soñar. Al avergonzado y abrumado por su pecado, colgando desesperado de su cruz de condena, el Señor le concede el perdón, repitiendo quizás: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Y al que ya no podía esperar más que una muerte lenta y dolorosa como fin a una vida miserable, el Señor le concede un futuro: «hoy estarás conmigo en el paraíso». Un futuro que nadie le puede arrebatar, un futuro que ni en sus mejores sueños logró imaginar. ¡Así es nuestro Rey! Al que acude a Él, le regala el cielo, la tierra… ¡el Universo entero! Sigue a Cristo Rey, ama a Cristo Rey, imita a Cristo Rey, pero a Cristo Rey en la Cruz.

Oración de los Fieles

El reino de Dios es vida, verdad, santidad y libertad, con esta certeza, elevemos nuestra oración a aquel que nos escucha y siempre tiene una palabra de esperanza para todos.

R/ Por tu hijo, Rey del universo, escúchanos.
  • Para que los pastores de la Iglesia, con su predicación y ejemplo, colaboren en la extensión del reino de santidad a todos los rincones de la tierra. Roguemos al Señor.
  • Para que los gobernantes, con sus decisiones ayuden a extender el reino de justicia en medio de los pueblos a su cargo. Roguemos al Señor.
  • Para que los enfermos, en medio de su dolor, puedan ver como se extiende el reino y la paz que viene de Dios. Roguemos al Señor.
  • Para que nosotros, con nuestras palabras y obras, ayudemos a extender el reino del amor de Dios en medio de nuestros familiares y amigos. Roguemos al Señor.
  • Para que los difuntos estén contemplando el reino eterno de Dios. Roguemos al Señor.
Tú siempre das paz y tranquilidad a nuestra vida, Señor, escucha las súplicas de tu pueblo, que reconoce a tu Hijo como Rey del universo, el cual vive y reina contigo por los siglos de los siglos.

Adaptado de:
La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa, Archidiócesis de Madrid.
Verificado en:
Ordo Temporis, Ciclo C, 2021-2022, Conferencia Episcopal de Costa Rica.