Lecturas de la Misa del día y su reflexión. Domingo, 23 de abril de 2023.


Tiempo Litúrgico: Pascua - Semana III.
   Color del día: Blanco.  

Memoria libre: San Jorge, mártir.

Primera Lectura
Del libro de los Hechos de
los Apóstoles (2, 14. 22-33)
No era posible que la muerte
lo retuviera bajo su dominio.

El día de Pentecostés, se presentó Pedro, junto con los Once, ante la multitud, y levantando la voz, dijo: “Israelitas, escúchenme. Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes, mediante los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por medio de él y que ustedes bien conocen. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, Jesús fue entregado, y ustedes utilizaron a los paganos para clavarlo en la cruz.

Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, ya que no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio. En efecto, David dice, refiriéndose a él: Yo veía constantemente al Señor delante de mi, puesto que él está a mi lado para que yo no tropiece. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua se alboroza; por eso también mi cuerpo vivirá en la esperanza, porque tú, Señor, no me abandonarás a la muerte, ni dejarás que tu santo sufra la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida y me saciarás de gozo en tu presencia.

Hermanos, que me sea permitido hablarles con toda claridad: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero, como era profeta, y sabía que Dios le había prometido con juramento que un descendiente suyo ocuparía su trono, con visión profética habló de la resurrección de Cristo, el cual no fue abandonado a la muerte ni sufrió la corrupción.

Pues bien, a este Jesús Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos. Llevado a los cielos por el poder de Dios, recibió del Padre el Espíritu Santo prometido a él y lo ha comunicado, como ustedes lo están viendo y oyendo”.

Salmo responsorial
(Sal 15, 1-2a y 5. 7-8. 9-10. 11)
R/ Enséñanos, Señor,
el camino de la vida. Aleluya.
  • Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio. Yo siempre he dicho que tú eres mi Señor. El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos. R.
  • Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor y con él a mi lado, jamás tropezaré. R.
  • Por eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo, porque tú no me abandonarás a la muerte ni dejarás que sufra yo la corrupción. R.
  • Enséñame el camino de la vida, sáciame de gozo en tu presencia y de alegría perpetua junto a ti. R.

Segunda Lectura
De la primera carta del
apóstol san Pedro (1, 17-21)
Ustedes han sido rescatados con la sangre
preciosa de Cristo, el cordero sin mancha.

Hermanos: Puesto que ustedes llaman Padre a Dios, que juzga imparcialmente la conducta de cada uno según sus obras, vivan siempre con temor filial durante su peregrinar por la tierra.

Bien saben ustedes que de su estéril manera de vivir, heredada de sus padres, los ha rescatado Dios, no con bienes efímeros, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, al cual Dios había elegido desde antes de la creación del mundo, y por amor a ustedes, lo ha manifestado en estos tiempos, que son los últimos.

Por Cristo, ustedes creen en Dios, quien lo resucitó de entre los muertos y lo llenó de gloria, a fin de que la fe de ustedes sea también esperanza en Dios.

Evangelio
† Del santo Evangelio
según san Lucas (24, 13-35)
Lo reconocieron al partir el pan.
 
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. El les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” El les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.

Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.

Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro:  “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Reflexión sobre el Evangelio

¡Quédate con nosotros!

Por Comentarista 10 | domingo, 23 abril 2023 | Archidiócesis de Madrid.

«Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos». Jesús resucitado se aparece siempre de una manera sorprendente. A quien quiere, como quiere, donde quiere, siempre de una manera nueva y desconcertante. «Me he dejado consultar por los que no preguntaban, me han encontrado los que no me buscaban; he dicho: “Heme aquí, heme aquí” a un pueblo que no invocaba mi nombre» (Is 65,1).

Hoy, domingo de Pascua, acompañamos a dos de los discípulos que «iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido». Aquellos dos estaban abatidos, tristes, desesperanzados, porque sus expectativas habían muerto en la cruz. Volvían a su vida anterior con la esperanza de recuperar lo que sabían que era irrecuperable. Pero un misterioso Caminante les sale al encuentro y se pone a caminar con ellos. En este pasaje, san Lucas traza una catequesis preciosa sobre la Eucaristía.

En la Misa, comenzamos de pie y cantando porque somos un pueblo que camina por los caminos de este mundo, entre miedos y tristezas, hacia la Patria definitiva que nos espera, el Cielo. Como lo decía san Agustín: «peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, avanza la Iglesia por este mundo». Y en este camino, en cada Misa Jesús nos sale al encuentro y camina con nosotros. Él nos pregunta: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Cristo se interesa por nuestras preocupaciones. Le importamos de verdad. Todo lo nuestro es suyo. De verdad, en la Eucaristía él recoge todas nuestras alegrías y tristezas, gozos y esperanzas, ilusiones y proyectos, para llevarlos al trono de Dios.

«Comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras». ¡Cómo escuchamos como dirigidas también a nosotros ese fino reproche que Jesús dirige a sus amigos! A nosotros, el Maestro también nos podría decir: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?» Es verdad, somos necios y torpes de oído, y tantas veces nos fiamos antes de otras voces de este mundo. Tanto ruido, distracciones y pantallas nos atoran los oídos y somos incapaces de escuchar la voz de Dios.

Por eso, necesitamos que Jesús mismo nos explique su Palabra. Necesitamos que él nos hable. Que nos lo recuerde una y otra vez. Porque lo olvidamos… y “tanto va el cántaro a la fuente”… La Eucaristía continúa con la liturgia de la Palabra –las lecturas y la homilía– y es Dios mismo quien nos habla. A ti y a mí, hoy, ahora. Si estamos atentos, oiremos su voz dirigida directamente a nuestro corazón. La Palabra de Dios no es palabra muerta del pasado, sino Palabra viva que me guía y me ilumina en mi camino. Por eso, tantas veces al salir de Misa, nosotros también podemos decir: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

«Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando». La escena va creciendo en color, fuerza e intensidad. Llegan a la aldea. Jesús quiere seguir su camino. Ellos le apremian: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y, en ese momento, san Lucas dice con un realismo inaudito: «Y entró para quedarse con ellos». Cristo entra en su casa, en su intimidad de hogar y mesa. Entonces, a la luz de la lumbre, realiza exactamente los mismos cuatro gestos que cumplió ante sus apóstoles en la Última Cena, tal y como lo narra el mismo evangelista: «tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio».

Son los mismos cuatro gestos que el sacerdote conmemora durante la segunda parte de la Misa, en la liturgia Eucarística: toma en sus manos el pan –el ofertorio–; pronuncia una larga oración de acción de gracias y bendición –la plegaria eucarística, que contiene las palabras de la consagración–; lo parte –el rito del Padrenuestro y el Cordero de Dios–; y lo da a sus discípulos –la Sagrada Comunión–.

Y, así, a nosotros también «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» en el Pan vivo y que da la vida. ¡Cómo no salir corriendo a anunciarlo al mundo entero! Ante nosotros también se obra el mismo milagro. «Levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros. (…) Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan». ¿Con esa alegría salgo de cada Eucaristía?

- - - - - - - - - - - - - - -

Adaptado de:
La Misa de Cada Día (CECOR), Catholic.net, ACI Prensa, Archidiócesis de Madrid.
Verificado en:
Ordo Temporis, Ciclo A, 2022-2023, Conferencia Episcopal de Costa Rica.