Tiempo Litúrgico: Ordinario. Semana IV.
Color del día: Blanco.
Fiesta: Presentación del Señor.
Memoria libre:
Antífona de entrada
Sal 47, 10-11
Oh, Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo: como tu Nombre, oh, Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra. Tú diestra está llena de justicia.
Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, rogamos humildemente a tu majestad que, así como tu Hijo Unigénito ha si presentado hoy en el templo en la realidad de nuestra carne, que concedas, de igual modo, ser presentados ante ti con el alma limpia. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Llegará a su santuario el Señor a
quien vosotros andáis buscando
Lectura del libro de
Malaquías 3, 1-4
Esto dice el Señor Dios: «Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.
¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño».
Palabra de Dios.
Reflexión sobre la Primera Lectura
¡El mensajero de Dios entra en su templo!
De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar... ¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Dios tiene un proyecto salvador y se cumplirá. Para llevarlo a realidad ha previsto la presencia de un mensajero que prepare convenientemente al pueblo. Dios sale al encuentro de los grandes interrogantes del hombre y le ofrece siempre una adecuada respuesta.
En la misma línea de los antiguos profetas, en los que se inspira así como en el Deuteronomio, el autor de esta colección de oráculos establece una relación y un contraste entre la santidad de Dios y el pecado del hombre. El hombre necesita purificación para poder acceder a la presencia de Dios en el culto y en la vida. Hoy como ayer estas palabras del profeta urgen en los creyentes coherencia entre el culto y la vida comprometida. Todo creyente en Jesús es un nuevo mensajero en medio del mundo.
¡Realizará una amplia obra de purificación!
Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero... El templo siempre representó en la historia de la salvación un lugar de primera importancia. Allí habita la gloria de Dios. Allí cita a su pueblo en las grandes celebraciones. Participar en el culto es experimentar la presencia de Dios. Subir a Jerusalén, al templo, es acercarse a ver a Dios, es decir, experimentar su presencia invisible pero cercana. Y esta experiencia se hace particularmente intensa cuando participan en los banquetes sagrados después de las ofrendas.
La comida junto al templo de Dios era una ocasión privilegiada para experimentar esta presencia de Dios. Pero cuando el culto se vacía de su verdadero contenido se convierte en una mera celebración ritual sin alma. Este mensajero que precederá el día del Señor tiene como misión hacer que el culto vuelva a su verdadero sentido. Los hombres y mujeres de nuestro mundo observan, acaso en exceso, cómo los discípulos de Jesús no establecen un nexo firme entre lo que hacen en el culto y su respuesta en la vida. Esta realidad les invita a mostrar la unidad entre el culto que practican y la vida que realizan.
Salmo responsorial
Sal 23, 7. 8. 9. 10
R/ El Señor, Dios del universo,
Él es el Rey de la gloria
- Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria. R/
- ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso, el Señor, valeroso en la batalla. R/
- ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria. R/
- ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria. R/
SEGUNDA LECTURA
Tenía que parecerse en
todo a sus hermanos
Lectura de la carta
a los Hebreos 2, 14-18
Lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.
Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados.
Palabra de Dios.
Reflexión sobre la Segunda Lectura
¡Jesús, superior a los ángeles, es realmente hombre!
Jesús, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. El autor de esta carta expone a lo largo de su escrito una teología de la encarnación profunda, cercana y muy madurada. Es una de sus preocupaciones centrales: afirmar firmemente la realidad humana de Jesús. Y esta preocupación la expresa en la afirmación insistente de que Jesús estuvo sujeto al sufrimiento y a las tentaciones como nosotros, pero nunca pecó. La decisión de Jesús fue siempre el camino marcado por el Padre, pero en su recorrido quiso someterse a la tentación y al sufrimiento humano.
Los hombres y mujeres de nuestro tiempo podemos encontrar en esta fuente aliento siempre renovado. Cristo ha ido siempre por delante y lo sigue haciendo hoy de modo invisible pero real. La humanidad, especialmente los que sufren por cualquier causa, no está desamparada. Cristo sigue siendo el punto de referencia para seguir caminando en el esfuerzo de humanización como primicias para entrar en el santuario definitivo del cielo donde contemplaremos al que nos fue abriendo y marcando el camino hasta el final.
¡Tenía que parecerse en todo a sus hermanos!
Tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser compasivo y pontífice fiel en lo que a Dios se refiere... Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella. Otro pensamiento de esta carta es que Jesús es el que abre camino y acompaña a los hombres en su recorrido. La propia experiencia humana del sufrimiento lo hace cercano a los hombres que se encuentran rodeados de sufrimientos y pruebas. Solo desde esta comunión real con los hombres, curtida en la experiencia del sufrimiento, Jesús puede ejercer el ministerio de pontífice fiel. Ha compartido nuestra existencia en todo menos en el pecado.
Afirma el autor unas líneas antes del fragmento proclamado: Era conveniente que Dios, que es origen y meta de todas las cosas, y que quiere conducir a la gloria a muchos hijos, elevara por los sufrimientos al más alto grado de perfección a la cabeza de fila que los iba a llevar a la salvación. Estas palabras sorprendentes son la respuesta a los interrogantes que nos plateamos: ¿Por qué el sufrimiento de tantos millones de hombres y mujeres? ¿Para qué todo este sufrimiento? ¿No nos quiere Dios felices? Y tantos otros interrogantes que laceran la conciencia y la vida de nuestros contemporáneos. El autor de esta trabajada carta invita a dirigir la mirada a la experiencia de sufrimiento de Jesús que va por delante. Respuesta coherente y válida.
Aclamación antes del Evangelio
Lc 2, 32
R/ Aleluya, aleluya
Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. R/
EVANGELIO
Mis ojos han visto a tu Salvador
Lectura del santo evangelio
según san Lucas 2, 22-40
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
Reflexión sobre el Evangelio
¡El encuentro de Simeón y Ana con el Niño y sus padres!
La actuación salvífica de Dios entra en la historia humana a través de una aceptación de su Palabra, expresada en la ley. María y José siguen siendo fieles cumplidores de la ley. El estatuto legal de los primogénitos no se corresponde exactamente con los pormenores de la escena. Una costumbre era la consagración del Niño al Señor (Ex 13,1.11ss); el rescate se hacía en la ciudad donde vivían. Otra costumbre era la purificación de la madre después del nacimiento del hijo (Lv 12,1ss.6) y Lucas se refiere especialmente a ella. La combinación lucana de las dos costumbres refleja la práctica habitual en el judaísmo de los tiempos del NT: por razones prácticas se cumplían al mismo tiempo los dos deberes religiosos.
La presentación, una composición narrativa lucana, es mencionada porque facilita el encuentro con Simeón y Ana. Impulsado por el Espíritu fue al templo. Nótese la insistencia en la presencia y actuación del Espíritu. Un hombre justo y piadoso y una anciana (ambos pertenecientes al grupo o movimiento de los pobres de Yahvé*) dan testimonio del honor del niño. Ana es presentada como una viuda honorable según las Escrituras. La sabiduría era una virtud típica de las ancianas. En la literatura del Próximo Oriente antiguo existe una frecuente asociación de sabiduría y ancianidad
La descripción lucana de la figura de Simeón subraya algunos aspectos importantes. Simeón es un carismático sobre el cual reposa el Espíritu Santo, que le asegura no ha de morir sin ver antes al Mesías y que lo mueve a acudir al Templo. Simeón se coloca entre los que veían los tiempos mesiánicos a la luz del libro de la Consolación del Deutero-Isaías y, especialmente, 52,8-10 donde se une en paralelismo la consolación de Israel y la redención de Jerusalén que esperaban los oyentes de Ana.
¡Simeón canta al Dios fiel a sus promesas cumplidas en Jesús!
Ahora, Señor, según tu promesa... Todo el himno es un conjunto de títulos cristológicos que la Iglesia descubrió en Jesús a partir de la Pascua y el don del Espíritu y que describen la actuación de Jesús en favor de su pueblo y de todas las naciones. La proclamación angélica a los pastores anunció la identidad del niño en términos de la expectación de Israel (Lc 2,10-11). El Nunc dimittis de Simeón anuncia el destino del niño ante todas las gentes, incluidos los gentiles. Lo que dicen se aplica a toda la obra salvífica que la describen como algo que ya ha tenido lugar. Este cántico procede de la comunidad judeos-cristiana de Jerusalén compuesto después de la crucifixión y resurrección y Lucas lo anticipa al nacimiento de Jesús y es el más bello de los cánticos lucanos.
Hay un enfático ahora que expresa la idea de promesa cumplida (Lc 10,23-24). Simeón, símbolo del siervo-pueblo de Dios, puede irse en paz porque Dios ha cumplido su palabra (Hch 13,32ss). La promesa era para Israel y para todas las naciones y se cumple en el acontecimiento central de la salvación. Lucas realiza una prolepsis* para enseñar que, aunque Jesús lo era todo desde el comienzo, no se reveló hasta más tarde y, por eso, proyecta la luz y la experiencia pascuales a los relatos de la infancia.
De hecho, Lucas presenta a Simeón expresando una idea que es realidad y está asociada con los dos grandes protagonistas de Hechos, Pedro y Pablo (Hch 15,14; 28,28). Entonces fue cuando se realizó la visión de Simeón manifestada en la presentación de Jesús en el templo. Lucas proyecta a la Infancia esta rica experiencia cristiana de evangelización a los gentiles (Mateo expresa la misma realidad con el relato de los magos).
¡Este Niño será una bandera discutida!
Será como una bandera discutida... El oráculo consta de cuatro versos con el mismo tema del juicio que divide. Recuerda el lenguaje de los oráculos davídicos de Isaías (Is 8,13ss). También para Lucas, el signo de Jesús encontrará oposición. Jesús es, a la vez, el Mesías esperado por Israel, la salvación que Dios ha preparado para todos los pueblos, y la piedra de toque por la cual serán juzgados todos en función de la actitud que adopten ante Él. Simeón anticipa o, mejor, Lucas proyecta una realidad posterior a la infancia. Jesús fue realmente una bandera discutida en su ministerio y, sobre todo, en sus procesos y muerte en la cruz y revelado su sentido en la resurrección. Esta realidad se retrotrae* al relato de la infancia.
Y a ti una espada te traspasará el alma. También a María alcanza ese carácter discriminatorio de la misión de su hijo y experimentará en sí misma el significado de esa división familiar que el cumplimiento de la misión de su hijo va a traer como consecuencia; su relación con Jesús, no va a limitarse al ámbito puramente materno sino a la fidelidad del discípulo (como nos recuerda San Agustín). Jesús es portador de división, incluso en el seno de las familias (Lc 12,51-53).
La imagen de la espada ha recibido distintas interpretaciones: la espada de la duda, que se le clavó a María durante la pasión de Jesús; la espada de su propia muerte violenta; indica el dolor que experimentará María por los sufrimientos (físicos y morales) de su Hijo (la compasión corredentora de que hablan los teólogos); significa que María, como madre del Mesías, sufrió el mismo destino que su hijo, incluidos el rechazo y la contradicción; la actitud de despego que Jesús adopta frente a María; la predicación inconformista de Jesús terminaría por privarla de su compañía; un juicio discriminador sobre Israel, que destruye a unos y dispensa a otros; los sufrimientos de María entraban en el plan de Dios y formaban parte de él; el drama personal de María que se inserta en la dialéctica de e-lección (a favor o en contra) que la humanidad entera tiene que practicar frente al Mesías, el cual es simultáneamente piedra de escándalo y piedra elegida (Hb 4,12s).
Por consiguiente, la imagen de la espada sugiere la dificultad que ella misma va a experimentar para comprender que la obediencia a la Palabra de Dios está por encima incluso de los más sagrados vínculos familiares. Este enfoque interpretativo coincide con la presentación lucana de María en Lc 8, 19. 21; 11,27-28. De hecho, en la caída y levantamiento de muchos en Israel, María figurará a la cabeza del reducido número de los que se levantan, los 120 que saldrán del ministerio como una compañía de creyentes (Hch 1,12-15). El camino de fe de María, realizado con acendrada fidelidad, llegó a su plena madurez superando todas las pruebas y dificultades.
Antífona de comunión
Lc 2, 30-31
Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos.
Oración después de la comunión
Por estos dones santos que hemos recibido, llénanos de tu gracia, Señor, tú que has colmado plenamente el anhelo expectante de Simeón y, así como él no vio la muerte sin haber merecido acoger antes a Cristo, concédenos alcanzar la vida eterna a quienes caminamos al encuentro del Señor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fuentes:
Archidiócesis de Madrid, Frailes Dominicos de Oviedo, Evangelización Activa, La Misa de Cada Día (CECOR), ACI Prensa.
Verificado:
Ordo Temporis, Ciclo C, 2024-2025, Conferencia Episcopal de Costa Rica (CECOR).